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La memoria según Galeano

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Más vale construir el futuro que padecerlo», dice Eduardo Galeano, una de las voces de referencia de la izquierda mundial. Pero el escritor, al igual que tantos políticos, teóricos e investigadores, sabe que ese porvenir movedizo, esa utopía –«que avanza cuando caminamos, como la línea del horizonte»–, no puede cimentarse sobre omisiones ideológicas, amnesias parciales o capítulos interesadamente manipulados. De ahí que la memoria sea «mucho más que una herramienta fundamental para avanzar en el camino». La capacidad de «invocar y evocar» es, para el periodista uruguayo, la clave misma «de todo lo que somos y de todo lo que seremos, individual y colectivamente». «Es lógico, entonces,–ironiza– que haya determinadas personas que se inquieten, carraspeen y se incomoden cuando uno hace el simple ademán de ponerse a recordar».

Galeano –elocuente, conmovedor, sarcástico, tierno y ácido, pero siempre lúcido– brindó ayer una lección de incombustible rebeldía al público que llenó el Teatro Moderno de Chiclana para asistir a su conferencia Memorias y desmemorias, en un acto organizado por la Fundación Quiñones que mereció el aplauso continuado de los asistentes. En ese marco tan singular, Galeano, agradecido por «el calor del recibimiento» y por la presentación de José María García López, desplegó la tranquila fuerza de su discurso a través de la lectura, lírica y emotiva, de varias piezas cortas en las que la memoria se reivindica, siempre, como un signo inequívoco de humanidad.

Yo estuve aquí

La memoria vaciada, olvidada, pesada, quemada; la memoria viva, porfiada o resurrecta; la memoria viajera («como la luz de las estrellas muertas, o las voces de bocas que ya no viven»), la memoria feliz («la de los abuelos con alzhéimer, cuyos recuerdos se vuelven del color del agua, y que yo no quiero para mí»), la memoria pintada, rabiosa, cruel y sumergida, entre otras variantes, tomaron vuelo en las palabras de Galeano.

Algunos de esos microrelatos con morajela referían anécdotas históricas: «Cuando Miguel Servet murió en la hoguera, junto a sus libros, en la cubierta de uno de ellos se distinguía a Sansón cargando en sus espaldas una enorme puerta con una leyenda escrita: llevo mi libertad conmigo. Así, también, es la memoria: una puerta liberadora, que siempre pesa». Otros recogían reflexiones personales: «La memoria puede ser, sencillamente, pintar en la pared un Yo estuve aquí».

Pero ese heterodoxo breviario, leído de un tirón, adquiría una clara dimensión ideológica, que se hizo patente después, en el turno de preguntas. «Hasta que los leones no tengan su propios historiadores, las crónicas de cacerías seguirán glorificando al cazador», defiende el autor, aludiendo a un viejo proverbio para explicar por qué la memoria de los que vencen no recuerda, «sino que bendice; es como un reflector que ilumina las cumbres y deja, premeditadamente, la base en la ciega oscuridad».

Los peligros

El autor de Espejos advirtió contra «los peligros de la memoria tergiversada», que puede servir a los poderosos para justificar la perpetuación de sus privilegios por derecho de herencia, otorga impunidad a los crímenes y «proporciona coartadas presuntamente morales a sus discursos», perfeccionados por profesionales capaces de mentir «con una admirable sinceridad». Galeano puso nombre y apellidos a esos «manipuladores compulsivos»: «El elitismo, el racismo, el machismo y el militarismo, que nos quieren impedir ser y que también nos quieren impedir recordar».

El papel de los medios de comunicación a la hora de fragmentar la memoria de los seres humanos también mereció la atención del escritor: «Los acontecimientos se han convertido en objeto de consumo y mueren, como las cosas tras haberlas comprado, después de un tiempo». En la era del zapping, todo parece estar desconectado de todo, como una fórmula más de «desvincular la noticia, el hecho, de sus orígenes, haciendo que memoria y realidad parezcan cosas distintas». De esa forma, se consigue que el futuro se proyecte como una repetición del hoy, sin margen para los cambios, como si la desigualdad perteneciera a un orden eterno, que procede del inicio de los tiempos «porque sí», y no tiene solución. Negar las raíces, los motivos, las causas es una forma de «usar la desmemoria para consolidar la impunidad, para convertir las infamias en hazañas».

Galeano dedicó la última parte de la conferencia a compartir con los asistentes su propia definición de memoria: «Cuando está de veras viva, la memoria no contempla la historia, sino que nos invita a hacerla. Es contradictoria, como nosotros. Nunca está quieta: como nosotros, cambia». La memoria viva no nació para ancla. Quiere ser puerto de partida, no de llegada», concluyó.

dperez@lavozdigital.es