Toros

El mito se engrandece

Erguida la figura, vertical la planta, José Tomás conducía con parsimoniosa solemnidad el capote a su espalda y dibujaba un ceñidísimo quite por gaoneras. Después, absorto en su esfuerzo, impasible, ligaba redondos y derechazos con ortodoxa ejecución. Imágenes que habrán quedado marcadas en la memoria de los espectadores por el encendido hierro de la emoción. Triunfador indiscutible de la Feria, la leyenda viva que hoy es el de Galapagar respondió a las más exigentes expectativas que había generado. Bordó el toreo con su primer enemigo, brillante faena con destellos artísticos, y aguantó derrotes y miradas de su incierto segundo, al que plantó cara con valor.

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Como nunca modifica un palmo de terreno de su cite siempre cruzado, la sombra de la cornada es una continua una amenaza. Zarandeado en dos ocasiones y corneado de gravedad en una de ellas, se incorporaba de inmediato con estoica impavidez. Ni una mueca de dolor. No sólo derramó torería su redonda actuación en Jerez sino que con ella acrecentó aún más el mito de la singular figura de la tauromaquia en que se ha convertido.

De un fenómeno social que ya ha traspasado los meros límites taurinos. Para grandeza y beneficio de la fiesta, el entusiasmo con que fue acogido este cartel del 3 de mayo, halló la recompensa de la incomparable vivencia de una gran tarde de toros. Además del diestro madrileño, comparecía esa tarde el local Caro Gil, que dejó detalles de buen corte de torero ante el toro del que obtuvo un trofeo y arriesgó frente al peligroso sexto en un loable esfuerzo de extraer faena.

Juan José Padilla, mermado por una cornada reciente, destacó con capote y banderillas pero no encontró acople con un buen ejemplar de Núñez del Cuvillo. Corrida que siguió la tónica imperante en la feria de una discreta presentación en el ganado. Cuatro animales nobles pero rajados y dos, quinto y sexto, con peligro.

Tres orejas cortó el triunfador José Tomás, cifra que también consiguió, aunque de un valor mucho menor, el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza en el festejo de rejones que inauguraba el ciclo. Frente a toros de Bohórquez, tan nobles como desrazados, destacó la actuación del navarro, que compartiría salida a hombros con el joven y afanoso Diego Ventura. Menor suerte con el lote tuvo Fermín Bohórquez, que sólo consiguió un trofeo, pero cuya ortodoxa actuación en nada desmereció a la de los dos jinetes triunfadores.

Los peores presagios ganaderos en torno al monoencaste Domecq, anunciado en todas las corridas de feria, se cumplieron con estrépito en la corrida de Juan Pedro que se lidió el jueves. Muy nobles, pero sosos y sin fuerzas, convirtió en inútiles los esfuerzos de El Cid y Manzanares. Sólo Cayetano, que contó con los dos ejemplares que más embestidas regalaron, cuajó esa tarde tandas estimables, por las que se le concedió el premio excesivo de dos orejas.

En el capítulo de honor de la Feria del Caballo es obligado ubicar a Julián López El Juli. Derrochó buen gusto y entrega en su primero, al que ejecutó a la perfección la suerte del volapié y del que obtuvo las dos orejas, mientras el fallo a espadas en el cuarto le privó de más. Con un noble y rajado encierro de Victoriano del Río, también a hombros El Fandi, que demostró un dominio absoluto de los dos primeros tercios. Con sólo un apéndice marchaba Alejandro Talavante, cuyos trasteos interesaron poco por falta de movilidad de sus enemigos.

La feria se cerró el domingo con una corrida de Parladé, carente de poder y de casta, con la que Finito y Rivera Ordóñez, en actuaciones distantes y frías, se fueron de vacío. Miguel Ángel Perera, que lidió con más esmero sus toros, cortaba una oreja y firmaba lo más destacado del festejo que ponía broche al abono de Jerez.