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Opinion

El torero que fue

De todo aquello que tuvo la plaza de toros de Jerez, hoy sólo quedan fantasmagóricos recuerdos nublados. Atisbos enduendados engalanan su entrada, con azulejos y placas históricas que rememoran el empaque de lo vivido. De alguna manera, la plaza, sus piedras y muros aún están en ese trance de ensoñaciones apauladas del que no desean salir. Sólo eso queda, y sólo con eso me quedo, pues esa soledad bien llevada es la mejor de las compañías. El toreo soñado hoy se sigue soñando.

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Lo que esta feria está viviendo en los últimos años se traduce en falta de emoción. Los toreros de hoy, las ganaderías incluso, carecen de ese estado de torería. Nada huele o rezuma ese soplo que nos llegaba sin más. Como ya se sabe, si el torero no está emocionado, jamás podrá emocionar al público. Falta de emoción, concepto y conmoción pues en el albero; todo

hielo, frío, árido Y qué decir de este público de hoy, ¿que no aficionado! Ese público prosaico que paga su entrada y sólo por ello presume con tedio esfuerzo de su falta de respeto y dignidad. Escuchar lo que se escucha hoy en los tendidos de Jerez es un auténtico ejercicio mental de ausencia y paciencia. En los toros siempre hubo de todo; el problema es que hoy impera ese todo desagradable, mal avenido y mal hallado. ¿Qué mala afición en estos tiempos carente de pureza y sensibilidad! Con lo que fue Jerez y esa plaza, ¿cómo hemos llegado a esto? Lástima que de aquello que sembraron los grandes hoy sólo encontramos cuervos que para colmo hablan, chillan, protestan y exigen. El toreo hoy es sólo lo que fue, con sólo una excepción: la luz de José Tomás.