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El efecto tibetano

Enviados del gobierno chino y representantes tibetanos del Dalai Lama se encontraron ayer en la ciudad china de Shenzen, cerca de Hong Kon, en un intento de reconducir la crisis desatada el pasado mes de marzo que incendió la región y provocó importantes episodios de violencia y represión generando una ola de solidaridad en occidente hacia el pueblo tibetano. El mismo reconocimiento del encuentro por el presidente chino Hu Jintao es indicativo del cambio de estrategia del régimen comunista. Es presumible que el gobierno de China pretenda ganar tiempo y suavizar la imagen exterior que podría perjudicar seriamente la celebración de los Juegos Olímpicos porque el impacto negativo en occidente de las noticias de la represión sobre el país de los monjes no ha pasado desapercibido en Pekín que ha detectado como se erosionaba el minucioso lavado de cara del régimen al paso de la llama olímpica en importantes capitales europeas. Pero China debe modular su gestión del conflicto porque también ha visto desatarse en su territorio una ola de nacionalismo agraviado que encierra el peligro de desbordarse contra intereses extranjeros, abriendo una dinámica de consecuencias muy perjudiciales para un país que alimenta su poderoso crecimiento económico sobre la gigantesca exportación de productos por todo el mundo.

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El gobierno chino debe abordar con exquisita diplomacia y prudencia el problema tibetano porque en unas semanas se ha convertido en algo más que una cuestión territorial, para transformarse en un símbolo que puede generar, tras de si, una nueva actitud de occidente hacia el país asiático y un nivel de exigencia más intenso acerca de su política de derechos humanos. Porque los Juegos de Pekín abrirán una tregua deportiva en las relación de la comunidad internacional con el gobierno chino, pero los incidentes de Tibet pueden suponer un punto de inflexión en la opinión occidental sobre el gigante asiático e impulsar en el futuro también una mayor exigencia sobre aspectos de la economía y la política china que hasta ahora la mayoría de países habían pasado por alto con la esperanza de encontrar en el gran mercado un futuro para sus economías. El efecto tibetano puede situar al régimen chino, a medio plazo, en un nuevo escenario menos tolerante que hasta ahora y activar una diplomacia occidental mas exigente con el respeto a los derechos laborales y un escrutinio más duro sobre la deslocalización de empresas que encuentran refugio en China en base a una mano de obra miserablemente pagada, el uso de productos peligrosos con escaso control, la exportación de artículos no seguros, su descuido del medio ambiente, el trato brutal a las minorías, la ingeniería financiera con la moneda nacional o la discutible estrategia de sus enormes fondos de divisas en el mercado mundial.