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Duende y valor de José Tomás
Gran tarde de toros y expectación en la que el madrileño triunfa y resulta herido. El jerezano Caro Gil obtuvo el otro trofeo de la tarde
Actualizado: GuardarFederico García Lorca, que de eso debía de saber bastante, cuando le pidieron que definiera el duende, contestó: «El duende no es el ángel ni la musa, porque éstos bajan del cielo, pero el duende nos penetra por la planta de los pies, abrasándonos».
Algo muy parecido a ésto se debió vivir ayer en Jerez, cuando un público entregado a la magia derramada por un genio, parecía quemarse en las hogueras de aire fresco que José Tomás prendía en cada cite cruzado, en cada pase ceñido, en cada tanda cuajada. La densa historia del vetusto coso de la calle Circo, parecía estremecerse con el encanto mágico de la tarde y con el palpitante crujir de unos tendidos expectantes, abarrotados. Mientras flotaba sobre la plaza el humo agrio del último tabaco de la espera, mito y realidad se fundieron, por fin, en un instante.
José Tomás se abría, parsimonioso, de capa y esculpía un saludo por verónicas, pleno de estética y relajo que quedó abrochada para la posteridad con una pausada y plástica media. Con el capote a la espalda dibujó ceñidísimas gaoneras, que inundaron de entusiasmo y escalofrío a toda la plaza. Frente a un toro que apenas fue picado, inició la faena en los medios con hieráticos pases por alto. Tras una tanda cuajada de derechazos, que abrochó con un bello cambio de mano, dio distancia, se cruzó al pitón contrario y citó con ortodoxia al natural. A partir de ahí, las series con la izquierda se sucedieron con la cadencia e intensidad que este singular torero es capaz de otorgarles. Es el suyo un toreo de arrebato, de dramatismo, casi elegíaco, que provoca la rápida congoja y el sobresalto en los espectadores. Su enemigo fue un animal noble y de humillada embestida que en el último tramo del trasteo tendía a salir suelto y a buscar su natural querencia de chiqueros.
Hasta que esto ocurrió, la profundidad, el valor seco y el temple que desplegó el de Galapagar debieron cautivar el ánimo hasta del último de sus detractores. Incendiada ya la tarde por una llamarada de emoción lírica, la afición se arrancaba con festivas palmas de tango para premiar unas postreras manoletinas en las que el burel pasaba a milímetros de la faja, y para celebrar unos trincherazos que recordaban añejos carteles de toros.
Con el broche de una gran estocada ejecutada en la suerte del volapié puso fin a una gran actuación y se la concedieron las dos orejas. Si en el dócil segundo de la tarde fue un reguero de poesía lo que derramó, ante el difícil y orientado quinto, José Tomás hubo de desplegar todo su arsenal épico y de valor para intentar faena ante tan visibles adversidades. Fue un trasteo de emociones.
El silencio expectante y atronador con que se vivía, lo rompió de forma súbita un afilado murmullo cuando el hierático diestro se ceñía el pitón del incierto animal en ajustados naturales de sobresalto. El toro medía y desparramaba la vista, pero José Tomás, firme, estoico, severo, no enmendaba terrenos. Mas el toreo es una geometría estrecha, una matemática obstinada y ciega que golpea sin piedad a quien desobedece la locura de sus ecuaciones. En unos segundos lentísimos de escalofrío y zozobra, José Tomás resultó alcanzado, y buscado con saña en la arena en dos ocasiones. Maltrecho por la paliza, despachó a su oponente con media estocada y descabello y pasó sin inmutarse, con torera dignidad, ajeno al dolor, y por su propio pie, a la enfermería.
Muy pocas fuerzas y menos celo aún demostró desde que saltara al ruedo el toro que abría plaza. Señalada la vara con levedad y mimo, arrancó Padilla la primera ovación de la tarde tras parear con precisión, variedad y aseo en un entusiasta tercio de banderillas. El animal llegó al último tercio sin poder ni recorrido y ni siquiera los enormes vozarrones con que el jerezano lo citaba provocaban en aquél atisbo alguno de movimiento. Luminosidad capotera derrochó Juan José Padilla en el cuarto de la suelta cuando lo recibió con larga cambiada a porta gayola y encadenar después ajustados delantales y airosa revolera en los medios.
Auténtico espectáculo en el primer tercio, que tuvo su continuidad con un gracioso galleo por chicuelinas y al que siguió un ajustado y lucido pareo rehiletero, ejecutado en las suertes de poder a poder y al violín. Sin embargo, con oponente de comportamiento tan boyante y de embestidas tan francas y repetidoras, Padilla se mostró acelerado en exceso y algo despegado.
Esperanza provincial
Derramó sabor torero Caro Gil en el manejo del capote ante su primero, con el que dibujó sentidas verónicas y ajustada media en el recibo. Pero fue este un toro huidizo y rajado que buscó en todo momento el cobijo de las tablas. Volcado Caro Gil en su empeño de sacar partido al manso, resultó volteado por éste sin consecuencias. A fuerza de insistir, y aprovechando la inercia del toro al arrancarse a favor de querencia, consiguió algunos muletazos sueltos estimables. Con una estocada en la que se volcó de forma literal en el morrillo y de la que resultó de nuevo cogido, puso rúbrica a una valerosa actuación por la que se le concedió un trofeo.
El animal que cerraba plaza, de embestida sin entrega ni recorrido, desarrolló sentido y un manifiesto peligro por el pitón izquierdo. Aún así , intentó con denuedo el lucimiento Caro Gil, aunque no siempre acertara con el toque raudo y el cite cruzado que el burel exigía.
Y con dos toreros a pie y un tercero en la enfermería terminaba el festejo más esperado del ciclo, que arrojó triunfos, lirismos y sobresaltos, cogidas y grandezas. Roto el encanto mágico de una buena tarde de toros, desde esta orilla de la realidad todavía se recuerda el exquisito duende de José Tomás.