Hambre
Hambre es el título de una novela leída en la adolescencia que nunca he olvidado. Es la obra más famosa de Knut Hamsun, un premio Nóbel nórdico, hoy casi olvidado, que nos recuerda que somos hijos o nietos de generaciones que pasaron hambre. Sin embargo, ¿qué lejos parecen esos tiempos, perdidos en la telaraña de la desmemoria! En España, el olor rancio de la miseria está aún en la pituitaria de una generación viva, la de los supervivientes de la catástrofe fascista, padres o abuelos que fueron usuarios de miserables cartillas de racionamiento como las que hoy, en pleno siglo XXI, algunos países desempolvan para paliar la hambruna que viene de la mano del desgobierno financiero de un capitalismo voraz, sin fronteras ni barreras, plasmado en las políticas neoliberales de austeridad que aplica el FMI, para los países en desarrollo.
Actualizado:La carestía de los alimentos es un auténtico tsunami económico que amenaza la estabilidad de cuarenta países, donde ya se han producido incidentes y revueltas con detenciones y muertos. Es el viejo fantasma del hambre, el mismo que ha movido la historia del mundo, sacando a la calle a la gente desesperada y harta de unos gobernantes incapaces de gestionar lo más básico. El enviado de la ONU lo ha calificado de «silencioso asesinato en masa», nada casual, sino producido por «una multitud de empresarios, especuladores y bandidos financieros que han convertido en salvaje un mundo de desigualdad y horror». Y es que ante la crisis financiera el dinero especulativo se refugia en el mercado de alimentos, con las reservas más bajas en treinta años y una demanda imparable.
Sin embargo, los titulares de las noticias han ido raudos a preocuparse de la crisis de las hipotecas inmobiliarias en los países ricos. Es lo mismo que lo ocurrido con las noticias sobre la carnicería que Israel ha montado en Gaza, que ha sido tapada por el hedor del monstruo incestuoso de Austria. La desmemoria de la tela de araña borra el horror de esa madre volando por los aires mientras desayunaba con sus hijos. ¿Es la guerra!, que dirían los hermanos Marx o el inolvidable Gila. Aunque en los tiempos que corren lo mismo se le ocurre algo mejor a un tal Chiquilicuatre, nuestro esperpéntico espejo.
La hambruna es una crónica anunciada que viene del aumento de la demanda en los países emergentes, el precio del petróleo, el proteccionismo agrario, la subvención de biocombustibles y la especulación financiera. Mientras que frente a la crisis de las hipotecas los think thanks neoliberales ya tienen receta (Keynesianismo y socialización de las pérdidas), frente a la hambruna sólo hay una conferencia de caridad programada para junio. Pero si resulta que la UE, principal aportadora per cápita a los Objetivos del Milenio, ha disminuido su contribución, ¿de dónde van a salir los 500 millones de dólares extra para paliar el hambre? Lo conseguido en África (crecimiento del 6%, más democracias y menos guerras) se perderá y ya nadie podrá parar a los hambrientos cuando llamen a la puerta de quien les niega que entren libremente sus productos agrarios. Sé que el Gobierno de España es el que más ha contribuido con fondos extra para la FAO, y que se encamina hacia el 7% del PIB como aportación al codesarrollo. Pero, ¿sería pedir demasiado que conviertan esta batalla en uno de sus principales objetivos?