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En casa del monstruo

Los vecinos de Amstetten, distinguida como la ciudad más innovadora de Austria, claman contra el estigma imborrable grabado en sus vidas por Josef Fritzl

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Hermann Gruber era hasta el domingo pasado un hombre casi feliz y estaba orgulloso de su trabajo como portavoz del Ayuntamiento de Amstetten. Pero ese día, una llamada telefónica de su jefe, el alcalde de la ciudad, transformó su vida para siempre y lo catapultó en una pesadilla que arruinó el buen nombre de la ciudad y sumió a la población en un estado de neurosis colectiva. El domingo pasado, Gruber se había preparado para disfrutar de la gran fiesta de la ciudad, el llamado «día de la sidra», una fiesta que se celebra cada año el último fin de semana de abril, cuando los perales han florecido y las familias visitan las granjas para disfrutar de la bebida más famosa del pueblo: die mostbirne (sidra de pera).

El domingo pasado, el alcalde de la ciudad, Herbert Katzengruber, se encontraba de visita en la granja más famosa de la ciudad para entregarle a su propietario un nuevo trofeo. El mandatario tenía una copa de sidra en su mano cuando sonó su móvil. Después de colgar, marcó el número de teléfono de Hermann Gruber para informarle de la existencia de un sótano en el número 42 de la calle Ybbstrasse.

«Hasta el domingo pasado, Amstetten lucía con orgullo el título de ser el municipio más innovador de todo el país», contó Gruber, al recordar la distinción que recibió la ciudad de manos del presidente de Austria en 2006. «Habíamos tenido éxito en construir una imagen amable y dinámica de la localidad, pero ahora todo el mundo nos conoce como la ciudad del terror».

Sin palabras

Hermann Gruber, el portavoz del municipio, casi ya no encuentra palabras para explicar la tragedia y, después de haber sido visitado por varias docenas de periodistas, llegó a una conclusión que le amarga la vida: «El sótano de la Ybbstrasse quedará grabado para siempre en la historia de la ciudad», dijo.

¿Amstetten, la «ciudad del terror»? El jueves pasado, la Iglesia St Joseph estaba repleta de fieles, que habían esquivado de mala gana las preguntas de los reporteros que hacían guardia a la entrada del templo. Después de cantar casi de memoria un himno al Creador, los fieles escucharon en silencio la homilía del padre Peter Bösendorfer. «Señor, ¿cuando cerramos los ojos ante el sufrimiento de otros y no hacemos nada para impedirlo, estamos actuando según tu voluntad?». Las palabras del cura retumban en la nave y recuerdan, una vez más, a los fieles las preguntas que han formulado los periodistas en todos los rincones de la ciudad. ¿Cómo fue posible que nadie se diera cuenta de la tragedia?

La pregunta cien veces repetida ha envenenado el aire de la urbe y se ha convertido en un pesado lastre que arrastra la población de Amstetten. Nadie quiere creer, como dice Hermann Gruber, en la existencia de una culpa colectiva, pero la pregunta sin respuesta, al igual que la existencia del sótano en la Ybbstrasse será parte indeleble del futuro de la villa. El padre Bösendorfer dice, al concluir su homilía: «Hermanos, roguemos por la gente de esta ciudad y por las víctimas del crimen en la Ybbstrasse».

Durante cuatro días, los habitantes de Amstetten fueron interrogados sin piedad por los periodistas y perseguidos por las cámaras de televisión que invadieron la ciudad. Por eso, el jueves pasado, un grupo de amigos que bebía cerveza en el Brauhof, una taberna ubicada en un costado de la plaza central, sugirió a este periódico, que había llegado la hora de recuperar la normalidad perdida. «No conocíamos al tal Josef y tampoco nadie sabía lo que ocurría en su sótano. No se puede culpar a toda una ciudad por el crimen cometido por una persona», advirtió uno de ellos. «Con todo respeto, creemos que ya es hora de que los periodistas abandonen la ciudad», añadió seguro de contar con la aprobación de sus amigos.

«Los periodistas tienen un trabajo fácil. Permanecen un par de días y cuando se van, dejan tierra quemada en todas partes», replicó otro del grupo. «En el futuro todo el mundo va a creer que los hombres de Amstetten somos todos pedófilos. ¿Cómo podemos impedir que un loco viva entre nosotros?».

De hecho, los reporteros han comenzado a abandonar la pequeña ciudad. La vida en Amstetten ha recuperado la normalidad perdida y la gente mira con curiosidad los anuncios que están colgados en pequeñas vitrinas en las paredes del Ayuntamiento, que anuncian las fiestas que se celebrarán durante el mes de mayo y el resultado de un concurso internacional de palomas mensajeras.

Pero el interés mediático no ha desaparecido del número 42 de Ybbstrasse, donde varios camiones de TV aún hacen guardia pacientemente para captar nuevas imágenes de la tragedia o alguna nueva declaración de los expertos que rastrean el sótano. La casa de Josef Fritzl, además de ser el estigma de la ciudad, se está convirtiendo en una perversa atracción turística y telón de fondo para fotos de enamorados y estudiantes.

«Un cliente amable»

Los vecinos de la «casa del terror», en cambio, soportan con estoicidad la presencia mediática y algunos, como Walter Temer, todavía tienen deseos de confesar sus recuerdos. «La vivienda fue ampliada y renovada a comienzos de los años setenta», dijo el vecino, «y todavía recuerdo que el mayor de los hijos siempre compraba mucha comida. Cuando abandonó la casa paterna, las compras las hacia Josef Fritzl». En la panadería Pramreiter, ubicada justo al lado de la residencia más famosa de Austria, en cambio, los vendedores repiten una frase aprendida el lunes pasado cuando la tienda fue invadida por cientos de periodistas: «Él era un cliente amable, poco comunicativo y sólo compraba pan para su familia».

Josef Fritzl sigue siendo un fantasma para el portavoz del municipio, aunque admite que conocía a su hijo Alexander, de 12 años, quien era hasta el domingo pasado un voluntario en la compañía de bomberos. Hermann Gruber está ahora dedicado a una misión casi imposible: devolverle el buen nombre a su ciudad. «Los sucesos de los últimos días nos han dejado a todos casi mudos y Amstetten, un pueblo floreciente ubicado en una región maravillosa de Austria, fue sacudido por el crimen de una sola persona», dijo el portavoz. «Ahora queremos invitar a la población para que exprese sus sentimientos a través de dibujos, iniciativas o palabras. Se trata de crear una nueva confianza», augura.