TRADICIÓN. Los negocios de toda la vida apenas pueden competir con las grandes superficies, aunque en ellos la calidad y el trato con el público son un gran valor.
Jerez

Madre de Dios o la vida que palpita a todas horas

La plaza de Madre de Dios sigue siendo un referente de vida en uno de los enclaves más cercanos al centro de Jerez

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La plaza se hace de querer. Algunos suben resoplando hasta la cima que está allá por las Puertas del Sol. Otros, en cambio, bajan a la estación y el camino se hace mucho más agradable. Es Madre de Dios lugar de viajeros que acuden bien a la estación de trenes, bien a la de autobuses. Como Claudia que lleva un maletón enorme buscando un tren que dice que sale en media hora. «No soy de aquí, estoy de paso y no conozco muy bien la ciudad», sentencia, y sobrevuela por la acera donde habita la sombra total arrastrando, en este caso, su gran maleta roja.

Si se cruza la plaza, dejando abajo el aparcamiento subterráneo, se puede escuchar el ruido que hacen las ruedas otros carritos, pero en este caso se trata de los carritos de la compra que acuden a la carnicería que está en el número nueve. Es la carnicería de La Merced. Allí está Lorenzo Olivera, con sus cuchillos siempre a punto para darle al violín. Lorenzo es un carnicero charcutero de toda la vida. «Te puedes imaginar cuanto jamón he cortado, el otro día me enviaron una vida laboral y llevo en esto cuarenta años», subraya. Lorenzo comenzó en el famoso almacén de Marcano, en la esquina de calle Latorre con plaza Vargas. Allí comenzaron a pasar por sus manos los primeros cuartos de mortadela, cuando se cortaba todo a cuchillo y se pesaba en balanza. Pero sobre todo, con veinte que lleva en la carnicería de La Merced, Lorenzo Olivera conoce la plaza como nadie. «Aquí al lado tengo estas cristaleras maravillosas, así que la plaza me la conozco palmo a palmo», agrega. Y añade que «la plaza ha quedado bastante bien después de la obra del aparcamiento. Creo que hemos ganado todos con la reforma que se ha hecho. Quizá le falte a los maceteros que se pusieron en su día ahí afuera y que todavía estamos esperando que les planten algo porque están vacíos».

La carnicería tiene su ambiente. Sin duda. Una señora ha entrado interesada en mechar una carne. «El negocio ya no es lo que era -prosigue Lorenzo-. Las grandes superficies han quitado mucho, aunque nosotros no nos podemos quejar. Nosotros tenemos que explorar el tema de la calidad y, sobre todo, el trato con el cliente. Es nuestra manera de competir».

Recreo

Dejamos el mundo de las carnes a un lado y nos dejamos llevar por la tendencia de la plaza. Se podría decir que si se deja rodar una moneda en la carnicería, llegaría sola hasta la parada de taxis, allá donde estaba la estación de autobuses. Pero antes nos hemos topado con un pequeño parque con gran ambiente para los pequeños. Los niños revolotean por cualquier lugar. Suben por una escalera para dejarse ir por una resbaladera. Dos pequeñines se acunan en una balanza y otros trepan por un laberinto de cuerdas y hierros, como si estuvieran practicando en la pista americana. «Esto está muy bien. Ponlo en el periódico, hijo», subraya una señora que está en uno de los bancos. Hecho, misión cumplida. Sergio Sánchez es un padre que también se lo pasa en grande. «No sabemos quién se lo pasa mejor si los niños o nosotros viéndolos. La verdad es que hemos ganado los vecinos tras la reforma. La zona recreativa En fin, yo creo que hemos mejorado bastante», arguye. Es la hora de la merienda y algunas mamás ya han sacado del bolso un pequeño bocadillo. El alboroto y la animación, cuando llega al tarde a Madre de Dios, la ponen los pequeños de las zonas de los alrededores que no paran de correr.

Plaza

Tanto es así que Vanesa López está muy entretenida desde la autoescuela Plaza. «Aquí estamos muy animados. Yo creo que es un acierto poner aquí una zona para los niños. Para nosotros que estamos trabajando todo el día aquí es un pequeño aliciente. Aunque tú trabajas, te da alegría ver lo bien que se lo pasan los pequeños», dice Vanesa. La autoescuela la llevan José Manuel y Pilar. «No están aquí ahora mismo porque están los dos dando clases en los coches. Aunque el negocio es de ellos son unos currantes», explica. El silencio de las clases, donde los alumnos intentan asimilar las normas que rigen a los cientos de coches que cada día pasan por la Madre Dios, contrasta con el alboroto de los niños que están todavía con medio bocadillo en la mano y un zumo en tetrabrik en la otra. Contrastes de la plaza.

Madre de Dios tiene vida propia. Un corazón que palpita desde primera hora de la mañana hasta que la noche se deja caer con todo su peso sobre la ciudad. Un tanto frenética. Unas farolas de diseño pueblan en formación por ambos lados de la explanada. Tienen forma curvas, parece como si quisieran bajar al suelo a coger un billete de diez euros que navega son propietario plaza arriba y plaza abajo. Luces amarillentas cuando el sol se ha ido y los coches siguen funcionando.

Los altos pisos de la plaza siguen impasibles el día a día. Las vidas que se entrecruzan y que son observadas por esos grandes ojos que son las ventanas. Las maletas de los viajeros que llegan o se van, los repartidores que han llegado a la carnicería de La Merced, los pequeños que queman energías subiendo y bajando por el laberinto de cuerdas o un señor que se ha quedado dormido en un banco de la plaza. Siglos de vida en este enclave que lleva el nombre del cenobio franciscano. La espadaña de la iglesia podría contar más historias de la plaza. Madre de Dios, un nudo gordiano de historias que suben y baja. Los que suben a Puertas de Sol resoplan, y los que bajan buscando el Minotauro disfrutan de un camino mucho más agradable.