IDENTIDAD. Beth Gibbons.
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Manteniendo el tipo

Después de diez años de ocaso, Portishead supera las expectativas con su admirable tercer disco

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El cuento de siempre: la crítica aventurándose por descubrir nuevos tendencias para etiquetarlas antes que nadie y los músicos contrariados por el encasillamiento que conlleva cualquier catalogación mediática.

Uno de tantos casos de esta repetida historia se dio hace más de 15 años al sudoeste de Inglaterra en la costera ciudad de Bristol y sus alrededores cuando tres nombres propios afines e interrelacionados, Massive Attack, Tricky y Portishead, acertaron a descifrar un singular lenguaje musical que supo encajar registros electrónicos sombríos en la métrica del rock.

El trip-hop, como se etiquetó al suceso, contó con tal inesperada aceptación que originó un reguero de imitadores más o menos afortunados, además de una incómoda presión sobre sus tres primeros promotores.

De éstos, Massive Attack y Tricky han seguido, con bajas y desaciertos incluidos, una carrera regular, pero de Portishead nada más se supo desde el directo Roseland NYC Live (2008). Con anterioridad sólo habían dejado registrado dos ejemplares álbumes de estudio: Dummy (1994) y Portishead (1997). Después se los tragó la tierra.

En esos diez años de ocaso sólo se han producido tímidos trabajos de creación individual por parte de los tres componentes del grupo. Mientras Adrian Utley despachó alguna que otra banda sonora y Geoff Barrow se dedicó a producir nuevas bandas para su sello Invada Records, Beth Gibbons fue la única que culminó un álbum completo en compañía del ex Talk Talk Paul Webb, el recomendable Out of Seasson (2002).

Reencuentro fallido

Hubo un reencuentro fallido del trío en un estudio en Australia hacia 2001, pero no ha sido hasta el pasado año cuando las buenas relaciones se han restaurado para fructificar en un nuevo periodo de creatividad conjunta.

El resultado de ese reunión, Third (Island-Universal, 2008), no ha podido ser más gratificante. Con un inteligente desmarque de lo obvio sin caer en la pérdida de identidad, Portishead ha sabido profundizar hacia un necesario avance que sólo se apoya lo justo en su propio pasado. Desprendiéndose prácticamente de todo tipo de samplers, el sonido del nuevo disco se advierte más orgánico y vibrante. Atmósferas folk de sostén acústico que se sumergen en progresiones electrónicas (The Rip), sofocantes ritmos industrializados que desembocan en tramas siniestras que evocan a los primeros New Order (We Carry On), country lo-fi con banjo y voces como únicos elementos (Deep Water) y furtivos cortinajes sonoros de enigmático atractivo (la pinkfloydiana Small) son algunas de las claves de esta tremenda obra de reestructuración y búsqueda personal que, lejos de reincidir en lo esperado y perderse entre lo rutinario, remata una faena que ahora descubrimos que no sólo quedó inconclusa sino que deja la puerta abierta a futuros capítulos de expansión y progreso. Esperamos no tener que aguardar otros diez años para conocerlos.