Riesgos para el PP
Actualizado: Guardaros gestos de concordia que ayer se prodigaron Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre en los actos del bicentenario del Dos de Mayo permitieron al presidente del PP dar por zanjado su enfrentamiento con su correligionaria, aunque la escenificación expresa por parte de los dirigentes conservadores del encauzamiento de sus relaciones está dando también la medida de las disensiones suscitadas en sus filas tras la derrota electoral. Rajoy confió en que el partido llegará más unido al congreso de junio y se comprometió a realizar un esfuerzo de integración entre las distintas sensibilidades que están aflorando en el seno de la formación, no sólo por discrepancias de cariz ideológico o sobre el modo de enfocar la tarea de oposición, sino también por parte de aquellos que se sienten ninguneados tras la recomposición del grupo parlamentario. Ambas afirmaciones revelan, sin embargo, las dificultades a las que se enfrenta el máximo responsable del PP en el intento de consolidar su liderazgo, incluso en el supuesto de que el cónclave que se celebrará en menos de dos meses se cierre con la voluntad compartida de centrar todos los esfuerzos en la reconstrucción de la alternativa al PSOE. Si resulta cuestionable que el congreso pueda erradicar totalmente las diferencias de fondo que se han explicitado tras el 9-M, también lo es que esa disposición a la suma de las diferentes posiciones diluya las tensiones y, lo que es aún más relevante, que contribuya a clarificar el proyecto de oposición del PP. La identificación de las discrepancias como fruto de aspiraciones personalistas ha contribuido a proyectar de puertas hacia fuera la división interna, pero, al plantearse en esos términos, también ha solapado el debate sobre la estrategia que habrá de desarrollar el partido en los próximos cuatro años. Con su aparente aceptación de que el congreso apuntalará el liderazgo de Rajoy pero sin que eso signifique ninguna certeza sobre la candidatura a las generales de 2012, los populares corren el riesgo de que el momento en que pueda producirse esa designación se convierta en una especie de tótem de la legislatura y su objetivo último. Lo que significaría tanto como minusvalorar que el aspirante, sea quien sea, sólo lo podrá ser con garantías desde los réditos que proporcione una labor de control al Gobierno lo suficientemente eficaz como para retener los apoyos propios y atraer a quienes dieron la espalda al PP el 9-M.