Dormidos, pero no muertos
Los sindicatos han despertado y, como es natural, lo primero que quieren hacer es desayunar. Su voz, un poco ronca todavía, se ha dejado oír el 1 de mayo, a pesar de la escasa entrada que registró la histórica fecha. Mi muy apreciado José María Fidalgo y Cándido Méndez, que por cierto formarían una pareja ideal para un cómic, secretarios generales de CCOO y UGT, respectivamente, han hablado claro, aunque no fuerte. ¿Cómo resignarse a que en las épocas duras se deleguen los sacrificios en los trabajadores a quienes les cuesta más trabajo ganarse la vida? Ya se sabe que los proletarios son en general unas personas que no se conforman con lo que no tienen, pero lo que no se sabe es que ahora ser proletario no depende de la prole, sino de la nómina.
Actualizado:Los más discretos líderes sindicales se han decidido a decir eso de «esta boca es mía». No eran autistas y si se callaban era por no molestar. «Lengua sin manos, ¿cómo osas hablar?», se lee en el poema del Mío Cid. Ahora han advertido noblemente a la patronal que el tiempo de la reforma del mercado laboral y de abaratar el despido está lejano y por fortuna yace en las terribles fosas de la Historia.
Pasada la acumulación de ofertas que es un derroche siempre en las elecciones, lo que se les ofrece ahora no parece muy sugestivo: moderación salarial. No es difícil comprender que un proyecto semejante no suscite un gran entusiasmo colectivo. El tsunami de precios está ocasionando revueltas en medio mundo. Ya está amenazada la estabilidad de 40 países y la ONU vaticina que el aumento de los costes creará cienmillones de nuevos pobres. No estamos, afortunadamente, en esa horrorosa tesitura, pero tampoco somos deficitarios de pobres. Nos damos por satisfechos con los que hay. No hace falta ninguno más.