Rafael Ricardi clama por su inocencia desde su celda de la prisión de Topas
En una carta manuscrita dirigida a este periódico asegura que es inocente y que desea que todo el país conozca «la verdad de 13 años de cárcel, palizas e insultos»
Actualizado:Su caligrafía y ortografía revelan una escasa formación académica, aunque los errores sintácticos no ocultan el sentido de una carta escrita el pasado jueves 24 de abril. Hace años, cuando mantenía contacto con su familia, Rafael Ricardi se ayudaba de compañeros para expresar mediante misivas cómo vivía su presidio en el centro penitenciario salmantino de Topas. Quizás ahora también ha necesitado de nuevo de esa colaboración para clamar desde su celda del módulo IV que es inocente y que nunca violó a una joven en Valle Alto (El Puerto) por la que fue condenado en 1996 a 36 años (30 de cumplimiento efectivo al beneficiarse de una medida legal aún vigente como es la refundición de varias penas en una sola cuando se trata del mismo delito) ni que tampoco tuvo nada que ver con las otras agresiones sexuales producidas por aquella misma época en Jerez y otros puntos de la provincia.
Este periódico le envió hace una semana una carta interesándose por su versión de lo ocurrido en la madrugada del 12 de agosto de 1995, cuando una joven fue atacada por dos individuos y al poco tiempo la Policía lo detuvo. Hace dos días, Rafael Ricardi contestaba a esta misiva plasmando un deseo en ella: quiere que el país conozca «toda la verdad» o, al menos, su verdad. En pocas líneas sostiene que es inocente y deja entrever que los últimos 13 años han supuesto para él un auténtico martirio.
Primera vez
Este documento es de especial relevancia porque es la primera vez que este portuense de 48 años se pronuncia sobre un caso en el que él tiene reservado el papel de protagonista. Antes de que la Policía Nacional detuviera a dos individuos como los supuestos autores de una oleada de agresiones sexuales ocurrida entre 1995 y 2000, y los investigadores declararan públicamente que Ricardi fue condenado por error, este hombre vivía en el completo anonimato, ganándose beneficios carcelarios por buena conducta y trabajo. Así consta en su expediente penitenciario donde se prevé su puesta en libertad en 2010, 15 años antes de los 30 que fija su sentencia dictada por la Sección Quinta de la Audiencia Provincial.
Ricardi asegura que durante el tiempo transcurrido desde que fue apresado en 1995 ha sufrido «palizas e insultos». Y es que los internos condenados por delitos de índole sexual o que atentan contra los menores, en muchas ocasiones tienen que ser apartados de la población reclusa con la que conviven en las cárceles para evitar represalias como ocurre con los etarras o los funcionarios policiales corruptos.
La carta
La carta que obra en poder de este periódico es la primera declaración por escrito de Rafael Ricardi tras las dos últimas que realizó ante la Policía y el juez instructor en el año 1999. En esa fecha, el portuense llevaba ya cuatro años entre rejas, tres de ellos como recluso con condena. Hasta ese año, y según pudo saber este periódico a través del sumario que contiene todas las actuaciones relativas a la oleada de violaciones, Ricardi negó su autoría.
Esa misma postura la mantuvo en el juicio, pero la víctima lo identificó mediante la voz y el rostro, que presenta un rasgo muy peculiar (un fuerte estrabismo en el ojo izquierdo) como se puede ver en una fotografía suya que ilustra esta información. Esta incriminación que hizo la chica fue la prueba que le sirvió al tribunal para considerarlo culpable de dos delitos de agresión sexual, porque la víctima fue agredida por dos hombres, pero sólo fue enjuiciado uno.
Años después y cuando se encontraba ya en la cárcel, cambió su declaración.
La Policía sostiene que se autoinculpó para garantizarse un techo y comida, ya que su vida en libertad estaba marcada por la pobreza y la adicción a las drogas. Pero no lo hizo hasta pasados varios años después de dictarse la sentencia.
Agosto de 1999
En agosto de 1999, tres agentes lo visitaron porque se habían producido varias violaciones más desde que él estaba recluido y porque aún no había sido identificada la persona que lo acompañó en el ataque perpetrado en Valle Alto. Ante los policías, reconoció haber estado presente en la agresión sexual e incluso llegó a pedir disculpas.
Sin embargo, aseguró en la misma declaración ante los agentes policiales que no llegó a tocar a la chica y que se limitó a masturbarse mientras veía cómo su cómplice vejaba a la víctima. Ya recluido, dio dos nombres diferentes del que podía haber sido su compinche porque entendía que debía pagar por lo que había hecho. Pero ninguna de esas identidades era cierta. Meses después, en noviembre, se ratificaba ante el juez instructor.
Ahora, tras discurrir nueve años, se desdice de nuevo y defiende su inocencia. Es lo que quiere proclamar a través de esta misiva remitida a LA VOZ y escrita el pasado 24 de abril desde la cárcel salmantina donde cumple condena: «¿Que soy inocente!».
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