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opinión

La batalla de Sadr City

La calma embrionaria que parecía consolidarse hacia mediados de marzo en el gran bastión chií de Sadr City en Bagdad se ha convertido en un combate diario que alcanza a veces, como en las últimas 48 horas, el formato de una batalla.

ENRIQUE VÁZQUEZ
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Tal vez hasta cincuenta muertos, entre ellos un cierto número de civiles, después de que una emboscada tendida por combatientes del llamado Ejército del Mahdi causara bajas al ejército norteamericano. Se informaba ayer de la muerte de tres soldados de EE UU y ello elevaba a casi cincuenta el total del mes, convertido así en el peor desde septiembre pasado.

Tras las tormentas de arena que aprovechan los insurgentes chiíes se esconden, de todos modos, algunos hechos no meramente militares o tácticos: hay un pequeño misterio en la conducta del líder político del movimiento, el joven Moqtada al-Sadr.

El primero es su paradero, explicable en primera instancia por razones de seguridad, pero que resulta a veces difícil de comprender porque se obliga a hablar por portavoces e intermediarios y sus largas estancias en Irán suscitan comentarios de naturaleza política y hacen más difícil el análisis que entiende racionalizar los hechos.

Es tal la complejidad del conjunto que se dice cada día más que Moqtada, en realidad, no tiene el control completo de los comandos chiíes que han disparado cientos de obuses y pequeños misiles sobre el área más protegida del país: la zona verde que aloja en Bagdad al Gobierno, el Parlamento y las grandes embajadas occidentales.

El ejército norteamericano ha terminado por denominarlos, a falta de fórmula más exacta, grupos especiales. Tal vez uno de ellos organizó la audaz emboscada de ayer, que provocó una fuerte reacción norteamericana con las consiguientes bajas colaterales. Lo cierto es que sin ganar genuinamente la batalla de Sadr City no estará ganada la batalla de Bagdad. Y seguirá estando cojo el proceso de recuperación de un clima de concordia nacional que hace progresos pero está a falta de la cooperación de Moqtada y de la clarificación definitiva del papel iraní, que aloja al aguerrido clérigo, pero apoya en general al gobierno Maliki, también chií.