Feria de Caulina (II)
Así es trasladada a estas tierras la Feria de Jerez, que pocos años más tarde y con el apogeo que va tomando la misma, así como la masiva afluencia de forasteros de otros lugares de Andalucía, llegaría a ocupar también la denominada Cañada Ancha ya que, al ser ésta un camino de gran anchura para el paso de ganados, es lugar ideal para el montaje de casetas, barracas, paseo de caballos y otras diversiones, quedando el Hato de la Carne exclusivamente para la feria de ganados. Y allí continuó la Feria de Mayo hasta 1902, fecha en la que se inauguró el actual parque González Hontoria. Ahora veamos cómo era aquella feria de antaño.
Actualizado:Según testimonio de nuestros abuelos, allí se colocaban a ambos lados del camino casetas y tenderetes de lona, caña o brezo, donde se expendían bebidas y guisos, así como chocolates y buñuelos. En medio de los citados tenderetes o casetas se establecía el Real y el paseo de coches y de caballos. A la mediación de la Cañada el Ayuntamiento montaba una gran caseta de lona, bien construida y decorada, la cual se convertía en el lugar de cita, diversión y punto de encuentro de lo más granado de la sociedad jerezana. Algunos columpios y tiovivos animaban la jornada a los más pequeños, mientras charlatanes, vendedores de baratijas, gitanas de la buenaventura o saltimbanquis con cabra amaestrada, trataban de sacar unas monedas con las que poder comer ese día.
Mientras hombres, mujeres, niños, ganaderos, tratantes y gañanes picados por la curiosidad se apiñaban para entrar en las barracas para ver a la mujer barbuda o a la oveja de seis patas y dos cabezas. Carreras de caballos, partidas de Polo y otras competiciones completaban la oferta lúdica de aquellas fiestas. Como en esos tiempos el alumbrado eléctrico estaba en sus inicios, la feria, como es de suponer, no contaba con iluminación de ninguna clase, por lo que al caer la tarde, a la hora de los toros, casi todo el mundo comenzaba a abandonar el lugar, hasta solamente quedar en ella los feriantes, aquellos que cuidaban del ganado y, algunos que seguían alegremente celebrando los tratos hechos durante el día a base de vino y comida, gastando a veces más que lo que habían ganado.
Así, al llegar la noche, la juerga alcanzaba su apogeo, y el toque, el cante y el baile a la luz de reverberos de petróleo o de carburo, se alargaba en ocasiones hasta el amanecer. Que el recinto ferial de Caulina se quedara casi vacío al atardecer no significaba que ahí se acabara la fiesta, sino que se trasladaba a otro lugar. Ese lugar era las calles Larga, Lancería y plaza del Arenal, que para la ocasión lucían "extraordinario alumbrado eléctrico y de gas". Todo comenzaba con un desfile a la salida de los toros. Coches de caballos, caballistas, toreros, aficionados, muchachas ataviadas con mantillas y señoras con mantón de Manila. El desfile era acompañado con los alegres acordes de la banda de música del Hospicio que inundaban de ambiente multicolor y festivo las principales calles.
Al caer la noche, un castillo de fuegos artificiales en la plaza del Arenal indicaba que la fiesta había comenzado. Calles llenas de gente y de jolgorio. Bares, casinos, mesones confiterías y tabernas con sillas y veladores en la calle, suministraban vino y viandas con las que el baile, el cante, el bullicio y la alegría se desparramaban doquier. Una feria muy distinta a la de nuestros días, que nunca perdió aquellas viejas raíces comerciales, con las diferentes denominaciones habidas en su historia comercial: Feria de Ganados, Mercado Nacional de Ganados, Feria de la Maquinaria Agrícola o Feria Ganadera del Sur.