El reino flamenco de Quino Román
Es alto y delgado como el mástil de la guitarra. Tan preciso como ella. Sólo la barba elegante le diferencia del instrumento, ese siamés de madera que se le unió a Joaquín Román Jiménez, a quien su abuela llamaba Quino cuando apenas era un niño crecido en las calles de La Línea y alguien le prestó seis cuerdas para que las tocase sentadito en la escalera, esperando el porvenir y el porvenir nunca llega. Cuentan que Andrés Muñoz -un madrileño que ejercía como peluquero en Gibraltar- le enseñó a usarla cuando él apenas levantaba 16 años del suelo. De aquel día han pasado ya cuarenta y dos tacos, y en los ojos profundos del tocaor quizá podamos adivinar el rastro de su biografía: sus primeros pasos artísticos con unos parientes de su madre, su paso por los tablaos de la Costa del Sol, desde La Pagoda al Jaleo, o su presencia en el Tronío Gitano donde compartió escenario con Rancapino, con su primo Pansequito, o con su cuñado Camarón.
Actualizado:Tiene el coraje de su tocayo el futbolista y el ingenio del creador de Mafalda. El incomparable Paco Vallecillo le llamaba sobrino y le dio alas, pero se curtió en los festivales de los años 80, desde El Gazpacho de Morón al Potaje de Utrera o La Caracolá de Lebrija. Aquellos años no sólo consolidaron su carrera sino que constituyeron un máster de compás acompañando el cante de Juan Villar, de Turronero, de la Niña de la Puebla o del Perro de Paterna, pero también el baile de Manuela Carrasco, Concha Vargas, Mario Maya, El Güito, La Singla o David Morales. También, a partir de esa fecha, se convertiría en la escolta imprescindible para la resurrección del cante en el Campo de Gibraltar, en las voces de Canela de San Roque -noches de camisas rotas con Félix Grande en casa de Juan G. Macías-, Juan Delgado, Antonio Madreles y, sobre todo, la espléndida Paqui Lara.
Hoy mismo, cuando ya es abuelo, cuando el tiempo pasa y nos vamos poniendo serios, se le tributará un reconocimiento en el Palacio de Congresos de su patria chica, para el que han sumado esfuerzos desde el Ayuntamiento linense hasta varias empresas privadas. Onofre López y Antonio de Lara ejercerán como maestros de una ceremonia en cuya organización tienen mucho que ver el productor Antonio Benítez o la Sociedad del Cante Grande de Algeciras. A la cita asistirán la mayoría de los supervivientes de esa larga nómina de cómplices jondos, a quienes se sumarán Miguel Poveda, Aurora Vargas, Chiquetete, Rocío Alcalá, José el de la Tomasa, Felipe Scapachini, Son de Sol, Manuel Gerena, Nano de Jerez, El Ecijano, Paco Peña, Niño Jero, Diego Amaya, Chicuelo, Paco Gimeno, Niño de la Leo, Fran Cortés, la tonadillera Erika Levia o incluso Maíta Vende Cá.
Es un homenaje benéfico, de aquellos que tanto le gustaban al Beni: a favor de Quino Román y en contra de lo que no se nombra. Pero sobre todo es un acto de justicia, el aplauso colectivo de uno de esos jornaleros del toque que en su modestia encierran mucho más virtuosismo y talento que cualquiera de esos triunfitos que, flor de un día, pegan el pelotazo pero terminan saliendo por la puerta grande del olvido. A lo largo de su vida, Quino ha llenado pocos estadios pero ha salido a hombros de muchos más corazones amigos de todos los que se juntarán hoy para rendirle honores. Si el flamenco tiene un reino, él es uno de sus príncipes. Es de este mundo y se llama duende.