Estampa de la feria jerezana
Actualizado: GuardarCorría el año de 1983, o sea, ya hace un cuarto de siglo, cuando con un grupo de amigos de toda la vida, entre bailes, copas y alegría, disfrutaba de la feria en una caseta del Real. Como es preceptivo, entre baile y baile llenábamos nuestras copas, pasábamos platos saboreando sus exquisitos contenidos; la alegría y el buen ambiente lo inundaba todo.
En esto observé a un matrimonio forastero que, contagiados de aquel ambiente, nos miraban como ansiando formar parte del grupo. Acto seguido cogí media botella y dos copas y los invité. Brindamos y, partir de ese momento, ya no se despegaron de nosotros. Pasaron dos horas y cuando la vaquita que habíamos hecho para pagar se agotó y tuvimos que hacer otra, ellos sacando un billete, pidieron por favor que les dejáramos participar, ya que les gustaría seguir aquella inolvidable noche en nuestra compañía pero, eso sí, en las mismas condiciones, o sea, pagando como todos. Eran de Bilbao y estaban aquí de paso por un día, se quedaron tres.
Antes de partir me preguntaban cuál era para mí el misterio que encerraba nuestra fiesta, en la que, aparte de la diversión, era la amistad, el abrazo, la convivencia y el reencuentro entre amigos lo que más le había llamado la atención. Inmediatamente le contesté recordando a Machado: «El primer recuerdo de mi niñez es el de un patio...».
Le dije que entre los recuerdos más felices de mi infancia estaban sin duda alguna aquellas Ferias y Semanas Santas soñadas, las cuales formaron en mí unos profundos sentimientos por éstas y otras tradiciones.
Le conté que el recinto ferial se transforma por unos días en un tradicional patio de vecinos. Casas que por unos días se convierten en casetas en las que se abren todas las puertas. Calles en las que los vecinos visten sus mejores galas, donde las tristezas de la vida son dejadas a un lado, donde la gente canta y baila feliz, donde el casero adorna e ilumina todos los rincones con luces, farolillos y cadenetas, para que la danza, la música y el jolgorio estallen con toda su fuerza hasta en el último de los rincones. Así todo un pueblo vuelve a sus orígenes ancestrales y se muestra tal como siempre fue. Porque, mi querido amigo forastero, la Feria de Jerez no es sólo belleza, luz, vino, color y alegría, es mucho más y más profundo que la simple fiesta; es un rito, un culto a nuestras raíces. Quedó unos segundos en silencio y me contestó: ¡Cuánto donaire amigo!
La Feria, añadí, está compuesta por una gran variedad de cosas que, fundidas en el crisol de nuestro inigualable Parque, se transforma en lo que has podido ver y vivir. Caseteros trabajando hasta la extenuación para que no falte ni gloria, gente que viene y va, feriantes y sus endiablados ingenios; turroneros cumpliendo la importante función social de demostrarle a la abuela que nos hemos acordado de ella en la feria.
Muchachas con sus trajes multicolores, todos iguales y todos distintos; el rico ganadero con sombrero de ala ancha, habano en la izquierda y catavino en la derecha, que habla en el Lebrero con el marqués venido a menos; el viejo burgués ahora sin bodega, que siempre quiso imitar al aristócrata en formas y modos, pelando langostinos en el Nacional; el viejo comerciante o funcionario jubilado que desde el Casino Jerezano participa en la feria pero sólo como espectador. Los políticos en las casetas de los medios de comunicación, muy sonrientes y amables ellos, tratando de no moverse para salir en la foto; casetas de sindicatos que ahora reivindican con arte y con salero la media de fino más fría; el señorito calavera con dos copas de más haciendo el ganso en un coche de caballos y creyéndose el amo de la feria; la vieja duquesa y sus más de ochenta abriles, fiel a su cita acompañada de su cochero-mozo de comedor bien uniformado; el joven caballista novato, acosado por las muchachas que quieren subir a la grupa; el niño que patalea porque quiere volver a los cacharritos; el turista esaborío marcando unos pasos de sevillanas con cara de memo; o la gitana, que cada dos minutos pretende colocarnos un clavel en la solapa aunque vayamos en mangas de camisa.. Todo esto y mucho más es la Feria de Jerez, en la que yo quiero estar con mi gente, la que me embruja y me quita el sueño, la que me deja el bolsillo hecho una pena, la que de forma compulsiva me arrastra hacia ella, la que me emociona, de la que guardo los más entrañables recuerdos, la que no cambiaría por ninguna otra. La misma que tu, amigo del norte, has tenido la suerte de disfrutar por primera vez. ¡Cuánto donaire amigo!