
El universo de las mansiones flotantes
España es un referente en la fabricación de superyates de lujo, cuyos precios oscilan entre 18 y 50 millones de euros
Actualizado: GuardarEn el mundo habrá actualmente unos 4.500 megayates privados. Se entiende por super o megayate aquella embarcación de recreo que supera los cien pies de eslora (algo más de treinta metros de largo). Sus propietarios se encuentran situados tan en la cumbre que a menudo ni se les distingue. La marea de la crisis ya puede subir y subir, que a ellos apenas les mojará los tobillos. Pero el dinero que flota es dinero que se mueve y genera más riqueza. Estos carísimos barcos dan trabajo a tripulaciones estables, que navegan de puerto en puerto, dejando a su paso un interesante reguero de ingresos. Barcelona, la ciudad donde se encuentra el mayor astillero del Mediterráneo especializado en la reparación y mantenimiento de megayates, se ha convertido en uno de sus destinos favoritos a la hora de pasar semanas, meses, y a veces hasta un año y medio, en dique seco.
Apenas acaba de amanecer, y ya se perfila en el puerto barcelonés la espectacular figura de un gigantesco velero de tres mástiles y noventa metros de eslora elegantemente pintado en color vainilla. Su propietario tal vez se encuentre a estas horas durmiendo en Los Ángeles o cerrando un negocio en Hong Kong... Pronto recibirá la noticia de que su carísimo juguete ya se encuentra a buen recaudo, listo para someterse a los mimos de una pormenorizada puesta a punto que puede durar más de un mes. No es para menos. Ahí donde la ven, esa imponente nave, con sus veinte tripulantes a bordo, viene de dar la vuelta al mundo.
Barcelona recibe cada año a más de ochenta megayates procedentes de todo el planeta. La ciudad cuenta con el único astillero de España especializado en tareas de reparación, transformación y mantenimiento para embarcaciones de recreo de entre unos treinta y cien metros de eslora. La empresa se denomina Marina Barcelona 92 (MB'92), porque su origen se sitúa, como no podía ser de otra forma, en el mítico año olímpico que cambió la Ciudad Condal de arriba abajo.
Alrededor de una veintena de grandes yates de lujo (de hasta 50 metros), entre ellos el de algún ex presidente norteamericano, se acercaron por aquellas fechas hasta Barcelona para presenciar sus Juegos Olímpicos. «Esta marina, pegada al Port Vell, se construyó entonces con la idea de albergar yates de hasta treinta metros -recuerda Pepe García-Aubert, consejero delegado de MB'92-, pero la empresa no resultaba rentable prestando servicio a este tipo de barcos medianos. Así que a finales del 94 decidimos ir en busca del yate de gran eslora».
Desde entonces, han recalado en dicho astillero cientos de megayates, alguno de ellos hasta con dos helicópteros a bordo. No hace falta tener demasiada imaginación para adivinar que sus propietarios figuran o han figurado alguna vez en la célebre revista Forbes. «La mayoría de estos barcos están a nombre de sociedades y muchas veces ni siquiera llegamos a saber quién es su propietario final», advierte García-Aubert, ante la insistencia de la periodista por conocer a los dueños de semejantes megamansiones flotantes. «Además -añade-, estamos sometidos a contratos de confidencialidad tan rigurosos que ni siquiera podemos desvelar el nombre del barco».
Pero no hay regla sin excepción y sí puede hacerse público, por ejemplo, que el famosísimo Mariù, el superyate de 50 metros al que el diseñador Giorgo Armani bautizó con el nombre de su madre, pasó no hace mucho por estos diques, con sus once tripulantes y sus elegantes interiores minimalist-chic, para someterse a un refit (rediseño), una vez que cambió de propietario.
No es un secreto que Armani pagó hace unos cinco años por ese barco 11,7 millones de euros y que acto seguido sufrió un ataque de mala conciencia. O tal vez fuera una hernia aguda de bolsillo al descubrir que sólo el mantenimiento anual de un megayate ya implica aproximadamente el desembolso de un 10% de su precio inicial. Y lo de Armani era una bagatela comparada con el gasto fijo anual que debe afrontar el propietario de un yate de unos 80 metros de eslora, cuyo precio puede oscilar entre los 50 y los 80 millones de euros (de 8.000 a 13.000 millones de pesetas). No es de extrañar que muchos de esos millonarios -Armani lo hizo- decidan explotarlos para charters, alquilándolos como cruceros de lujo durante los meses que ellos no los utilizan, como forma de achicar la inundación de gastos a que se enfrentan.
Los mismos muelles barceloneses fueron testigos mudos del lifting que se le practicó al también mediático velero de 38 metros de eslora de Carmen Cervera. Tita rebautizó el barco con el nombre de un famoso cuadro de Gauguin, Mata Mua, y quiso remodelarlo por completo; desde el sistema de alarmas (eligió el más avanzado del mundo) hasta la decoración interior, para lo cual, por supuesto, contó con su decorador personal. «La baronesa estuvo muy encima del proyecto y se mostró de lo más colaboradora -recuerda García-Aubert-. A menudo, estos barcos han sido decorados por el mismo interiorista que ha diseñado la mansión del propietario. Y lo que impera son los materiales nobles y el buen gusto. Nada de griferías de oro macizo, ni excesos por el estilo, sino sobrios y modernos interiores diseñados por Philippe Starck». Como ejemplo de lo que estos magnates entienden por lujo, en uno de los muelles de la empresa se distingue, aparcada frente a un imponente yate y cerca de un moderno syncrolift capaz de sacar del agua naves de hasta 2.000 toneladas de peso, una furgoneta de reparto cuyo letrero anuncia alfombras de primera calidad tejidas a mano.
España, a la zaga
A finales de 1994, existían en el mundo unos 1.200 megayates. Pero en los últimos trece años esa cifra se ha multiplicado casi por cuatro. Los 4.500 actuales atracan sobre todo en la Costa Azul, de Génova a Saint Tropez, y en islas del Caribe como Saint Martin, Antigua, Barbados, Cayman... Y en los cayos de Florida. Son barcos que a menudo navegan por el Mediterráneo en verano y en invierno visitan el Caribe. También dan la vuelta al mundo, y el propietario los alcanza en un punto convenido -«Nos vemos en Tahití»-. La mayoría de sus dueños son banqueros, empresarios, ex políticos... Tradicionalmente, anglosajones. Pero también hay mucho rico emergente procedente de la India, Rusia, China, Malasia. Y, por supuesto, los jeques árabes de siempre.
En España no hay demasiada cultura de superyates, pero haberlos haylos. Entre ellos, el yate real Fortuna, cuya eslora alcanza los 40 metros. Y, por supuesto, el barco de 72 metros que le están construyendo a Paco el Pocero en un astillero italiano. Lo malo es que, según los entendidos, el propietario de megayate español tiende a escatimar en el mantenimiento. «Y ése es un gasto imprescindible, porque el medio marino es muy corrosivo y si lo vas dejando se deteriora, y al final pagas más por la reparación. Eso sin contar que estas embarcaciones están vigiladas por sociedades clasificatorias que manejan una normativa de calidad muy exigente para poder satisfacer a las compañías de seguros», explica García-Aubert.
Su astillero realiza anualmente unos ochenta proyectos -cada proyecto es un barco- de embarcaciones con una eslora media de unos 60 metros. Pero sus clientes españoles apenas representan un 1%. Y eso que en España el mundo del megayate también crece. Actualmente, hay dos nuevos astilleros en construcción en Galicia, otra empresa en Barcelona dedicada a construir yates de hasta cuarenta metros y otro veterano astillero en Alicante que también ha empezado a fabricar barcos de gran eslora.
La novedad es que al millonario de hoy le gusta mover el dinero. Antes, se lo guardaba. O lo invertía en mansiones. Ahora la propiedad tierra adentro es mucho más vulnerable al acoso de los paparazzi y los que de verdad desean privacidad tienen que irse a alta mar. Ese dinero a flote implica a su vez una gran generación de ingresos. En sus 36.000 metros cuadrados actuales, que en pocos años serán duplicados, el mayor astillero del Mediterráneo dedicado a la reparación de megayates cuenta ahora mismo con quince naves en sus dársenas y da trabajo directo a unas 800 personas, e indirecto a unas 1.300. «El proyecto más ambicioso que hemos afrontado fue la transformación total de un yate de 48 metros. Duró casi año y medio. Se le cambiaron los puentes, se hizo una sala de máquinas y todo el interior nuevo». Y sólo porque el barco acababa de cambiar de propietario.