CALLE VIVA

Del silencio del claustro al frenesí del tráfico

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Quizá el silencio total se puede escuchar el día en el que la selección española de fútbol llegue a jugar la final del Campeonato del Mundo. Mientras llegue ese feliz momento –soñar es gratis– no habrá un sólo minuto en el que no se escuche el rugido de un motor en esta zona de Jerez. Parece que ese es el castigo divino que la mitología ha dejado caer por medio del Minotauro, el cual esta cejado, transversalmente sacudido por una esfera de coches que lo circundan para entrar en Madre de Dios, uno de lo nudos con más caudal de tráfico en la ciudad. Los vecinos piensan, allá por donde nace la plaza, que un trasvase de coches a otro lado no estaría mal. «Hombre no los vamos a llevar a Barcelona porque allí hace falta agua y no coches –dice Manolo Fabro, un viandante que dice vivir en el alto del edificio Madre de Dios–, pero una alternativa de tráfico no vendría mal. Esto es un nudo donde vienen a recalar vehículos que entran por varias zonas de Jerez. Desde aquí se fijan muchos caminos», subraya nuestro vecino informador.

Por lo demás, algunos dicen que te acostumbras al frenesí del tráfico y llega un momento en el que no le das importancia. Pero cuando le preguntas a cualquier vecino de los que viven en la parte baja de Madre de Dios –cerca del Minotauro– que cuándo se ha hecho el silencio en la zona, la verdad es que no saben qué contestar.

Lo dicho, haría falta, al menos, que nuestros chicos del fútbol lograran una gesta para poner a prueba la capacidad de entrar en hibernación, en la que la paz y el sosiego se haga por unos minutos, momentos en los que sea posible escuchar el trino del pajarillo.

Sin embargo, existió la huida del mundanal ruido alguna vez en Madre de Dios. Era cuando aquella gran explanada de tierra y árboles era un lugar de paso de personas que iban de la ciudad a la zona de Vallesequillo, pues se cuenta que fue en su día la primera calle de dicho barrio que unía la calle Porvenir con la de Méndez Núñez. Lo cual nos hace creer que siempre fue una zona de tránsito, de paso o de intersección de caminos. El nombre, como cabía esperar, lo hereda del convento de las monjas clarisas que todavía siguen rezando en la parte alta de la gran plaza. Dichas monjas son moradoras del antiguo convento desde 1504 y el nombre queda colocado a la plaza el 10 de mayo de 1875, aunque parece que esta fecha es la de la ratificación de una anterior que aprueba el Cabildo Municipal, dos años antes: en 1873.

Las monjas franciscanas llegaron al convento que con anterioridad ocupaban los observantes de San Francisco, que en 1493 llegaron a la zona. Justo un año después de la conquista de América. Sin embargo, existen datos históricos de una vida conventual anterior, pues estos observantes sustituyeron, a su vez, a los claustrales de la orden seráfica.

Cambios

Pero de aquellos tiempos a los actuales la tierra ha dado demasiadas vueltas. De un antiguo huerto donde probablemente los monjes sembraban patatas, pasamos a un lugar en el que imperan los edificios altivos, el tráfico combatiente y un auténtico laberinto de semáforos que forman un festival de colores verdes, rojos y ocres, sacudidos por frenadas.

En la parte baja siguen los coches intentando llegar a la cima para dejarse caer por la Ronda Muleros. Este era el lugar donde habitaron referentes tan cotidianos para los jerezanos como fue la estación de autobuses o el mismísimo Ayuntamiento de la ciudad, incluida la caja de reclutas que propició que miles de jerezanos tuvieran que entrar en sus dependencias para tallarse o recoger el destino que las Fuerzas Armadas le tenían reservado para el tiempo del Servicio Militar.

Ahora te topas con un edificio que toma el nombre de Madre de Dios. En los bajos del bloque todo un pasillo de retoques. Talleres para que los ciudadanos se peguen un repaso de chapa y pintura. Una clínica dental por aquí, una depilación láser por allá, y alguna inmobiliaria más apagada que un tugurio amparando a una cuadrilla de chicos malos.

La Holanda

Y llegamos a la esquina con Diego Fernández Herrera, donde está la cafetería de La Holanda. Un establecimiento que llevan conjuntamente desde hace seis años Ignacio García y José Antonio Fernández. «Era antes de Alfonso. Después pasó por algunas manos que lo tuvieron poco tiempo hasta que llegamos nosotros», comenta Fernández. El lugar es pequeño pero acogedor. Un mostrador donde los cafés se hacen presentes y sobre todo, destaca «la limpieza y el buen servicio que es lo que intentamos ofrecer al cliente», prosigue José Antonio. El caso es que, además de los desayunos que se ofrecen a los muchos trabajadores de oficinas y bancos que están por la zona, la cafetería ha llegado a constituirse como un lugar de encuentro de amigos, logrando ser un lugar de clientes fijos. Lo de La Holanda no es por un favor al país de los tulipanes. Más bien le fue impuesto por la base con la que se produce el brandy, mezclado con la madera de la barrica y el tiempo de maduración. Apropiado nombre si tenemos en cuenta que es, sin duda, un buen lugar para disfrutar de la bebida espirituosa, bien remate para una sobremesa y después de tomar el café.

Flores

Hemos llegado a la parte media de Madre de Dios y nos encontramos con su floristería, que lleva casi veinte años ofreciendo flores a los vecinos y viandantes. «Ojalá tuviéramos aquí un día de San Jordi», comenta eufórico José Luis Elena, el florista. Sin embargo, el negocio no va mal aunque afirma que «en los largos meses de obras que hemos tenido con la construcción del aparcamiento subterráneo lo hemos pasado bastante mal, pero eso ya es agua pasada y la casa ha cambiado», afirma. Una flor es buen remate para un artículo sobre Madre de Dios. Entre el ruido de los coches, y teniendo el convento de fondo, con una flor agarrada a la solapa, es momento para dejar las letras y volver la próxima semana con una segunda entrega y repasar lo que quede de esta jerezana explanada tan poblada de vida y coches.