ALEGRÍA. Kimi Raikkonen celebra su triunfo por todo lo alto. / EFE
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Montmeló enmudece con Alonso

El español se retiró cuando iba quinto en una carrera dominada de principio a fin por Raikkonen

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Lo dijo una vez, lenguaje concreto, las palabras justas, en la comunicación concisa que mantiene con su ingeniero de pista durante las carreras. «Blocked», anunció Fernando Alonso a la legión de auriculares que seguía su rastro en el garaje de Renault. Un par de segundos después, la realización televisiva captaba la imagen de un coche lanzado por la izquierda que sobrepasaba como un cohete al único R28 en concurso. El Renault de Alonso. Y no repitió el aviso porque la evidencia saltó a los ojos. Humo blanco es sinónimo de motor despeñado en la Fórmula 1.

Se retiró Fernando Alonso con un bólido que ha emprendido la reconquista y enmudeció la grada de Montmeló. Como el año pasado con el triunfo de Massa. Fiel a la tradición que agasaja al más fuerte en un deporte que no admite contemplaciones, Ferrari volvió a marcar su territorio. Ganó Raikkonen con un guante en el doblete con Massa. «¿A cuánto está Webber?», preguntó Alonso, vuelta 26, mientras desde el otro lado de la conexión la información parpadeaba en serie. «2,5 segundos. Tienen que parar Webber, Trulli y Rosberg», le decían al asturiano, que, como todos los pilotos tiene que procesar un torrente de datos, botones y cálculos al tiempo que negocia curvas, pisa el acelerador e intenta evitar adelantamientos.

Para entonces el español navegaba en la ola de su pronóstico. «Acabaré sexto o séptimo si no hay novedad», auguró por la mañana. Unos cuantos kilómetros antes de anticipar su rendición, la apreciación resultó contumaz por cierta. Era sexto con vistas al quinto balcón, toda vez que Heidfeld debía pagar diez segundos de penalización en el callejón de los garajes.

Salida

Segundo en la parrilla, el ovetense cedió cualquier delirio de triunfo a la lógica matemática de la Fórmula 1. Massa le rebasó en la salida y acometió una tarde de orgullo para Italia. Raikkonen, primero, y el brasileño, segundo, de principio a fin, sin imperfecciones, sin mancha ni réplica.

Entre eso y un tanque vacío de gasolina en la estrategia para ser segundo el sábado, Alonso comenzó a retroceder hacia la sexta plaza de su agenda. Fue el primero en parar -«in now, Fernando», tres palabras, en lenguaje del box-, el primero en desordenar la estancia milimetrada del garaje: 42 sillas plateadas perfectamente alineadas y ocupadas por los mecánicos que atienden a coches y pilotos.

Para entonces ya cundía cierto desánimo en la cueva Renault. Piquet chocó con Bourdais y se retiró en la vuelta 7. Pero el jefe aún pelaba la pava como el cuarto mejor bólido de la parrilla -Ferrari, McLaren y BMW gravitan por encima- y podía ocurrir cualquier cosa si los coches de seguridad seguían desembarcando en la pista.

El accidente de Kovalainen generó una conexión telepática entre los garajes, la grada, la gente. Silencio en el canal de los auriculares hasta que el finlandés levantó el pulgar desde la camilla. En aquel momento, Alonso reclamó datos. El baile de los repostajes no sólo despista a los neófitos de la F-1. También a sus máximos protagonistas. «Barrichello tiene que parar», le decían al asturiano. «Se va el coche de seguridad en esta vuelta» y «Heidfeld, penalti en el próximo giro» fueron las últimas notificaciones que Alonso escuchó desde su habitáculo antes de anunciar él la sentencia que dejó a Flavio Briatore sin consuelo posible en el muro. «Blocked», descargó Alonso sobre el ánimo de su parroquia. Y se hizo el silencio total en Montmeló mientras él se subía de paquete en una moto.

Ovacionado

De camino hacia las cocheras, mientras se daba un baño de multitudes en otra derrota, en repaso de su último abandono por rotura de motor (en Monza, 2006 con el Renault), Alonso no denotó fastidio, sino esperanza.

El R28 ha reaccionado y él se siente ya como el primer inquilino del segundo pelotón, detrás de los inevitables Ferrari, McLaren Mercedes y BMW.

En vuelo libre Raikkonen y Massa, enganchado al podio Hamilton, la guarida de Renault vivió escenas a escape. A falta de veinte vueltas para la conclusión, tres y diecinueve de la tarde, Flavio Briatore cogió su maleta, posó su credencial sobre el torno de salida y tomó la dirección del aeropuerto del Prat.

La Fórmula 1 no espera por nadie. Alonso se duchó, se enfundó una camiseta negra ceñida, atendió a la Prensa congregada en la zona y mientras Raikkonen divisaba la bandera a cuadros, tomó las de Villadiego con la misma soltura que el jefe de su escudería.