El rayo verde | Historias de un colegio
Actualizado:En la primera postguerra, un niño gaditano, bueno y estudioso, no se explicaba por qué siempre le tocaba quedarse a limpiar la pizarra cuando los demás salían de clase. El profesor, un marianista vasco, le dio la respuesta muchos años después: sabía que el padre del alumno había sido encarcelado y represaliado por ser republicano y quería evitarle el trance de cantar el cara al sol cada día, como los demás, como todo el mundo en aquella época. Tenía razones para esta delicadeza: él mismo, que había sido «gudari», estaba en Cádiz sometido a una medida de extrañamiento.
Salvando las distancias, muchos años después, hace siete u ocho, cuando los padres de unos pre-adolescentes desconcertados intentábamos enfrentarnos, más desconcertados aún, a qué hacer cuando pedían salir a ver la final del Falla a casa de uno de ellos, con los miedos lógicos a la noche, la calle, la droga, la violencia y demás, otro marianista, también vasco por cierto, salió al paso y organizó la final en el propio colegio, en el salón de actos, con una cierta vigilancia, ni mucho ni poco, de modo que el primer aprendizaje de libertad de esos chiquillos fuera con los mínimos riesgos.
Creo que me puedo apropiar del recuerdo de un queridísimo familiar, en el primer caso o usar mi propia experiencia, en el segundo, para ilustrar una cierta explicación de por qué muchos padres se afanan cada año en conseguir que sus hijos entren en San Felipe Neri.
Pero hay muchos más ejemplos. Estos días, un grupo de gaditanos se esmera en organizar los 50 años de su promoción. Están montando algo así como unas bodas gitanas, más que de oro, con varios días de fiestas variadas, para celebrar el reencuentro de un grupo del que salieron grandes profesionales, muchos de ellos directivos de importantes empresas que se han vuelto a reagrupar para intentar reactivar esta su ciudad a través del Foro Cádiz 2012.
Tampoco puedo dejar de mencionar aquellos años de lucha contra el franquismo, aquella asamblea de la oposición democrática, con el propio Javier Anso, actual director por cierto, que acabó en detención colectiva.
San Felipe Neri ha significado y significa mucho en la historia general de la ciudad y en las vidas personales de generaciones de gaditanos. De modo que la movilización callejera de padres para pedir la admisión de sus hijos en el colegio, estos días, es la eclosión, la manifestación pública de un conflicto larvado que lleva años planteado y que, si bien se mira, ya tardaba en estallar. Cada curso, me consta a mí en las dos últimas décadas, pero seguro que ya antes pasaba, hay muchas más demandas que plazas disponibles y cada cual ha hecho lo posible por conseguir colocar a su niño en la lista de admitidos. El asunto es que, por mucho que se argumente acerca de la calidad de la escuela pública, de los esfuerzos de la administración para dotar de mejoras a la enseñanza de todos, el ciudadano, la familia, los votantes, siguen prefiriendo el centro privado concertado. Esto es así, y creo que su constatación debe hacer pensar a cuantos dedican sus esfuerzos,y lo hacen con entrega y vocación, en general, a mejorar la educación. Comprendo que les descoloque esta reiterada obstinación en preferir este centro a otros y que han de defender las mejoras conseguidas y proyectadas. Quizá habrán de plantearse, para empezar, la necesidad de mejorar la imagen de la enseñanza pública, que también lo merece.
La escuela es un ámbito de relación delicadísimo y crucial, como se sabe. Esta situación, tan desagradable en el corto y el medio plazo, sobre todo para el propio centro, que puede ver alterado su clima de relaciones, debe servir no para abrir viejas ni nuevas heridas, enfrentar posturas o radicalizarlas, ni mucho menos para falsear la realidad, sino para hacer pensar en cómo conciliar posturas y modelos y en cómo elaborar un sistema educativo adaptado a la ciudad, que bien lo necesita.
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