No hay una Feria igual
Actualizado:Por Rafael Lorente Herrera (en recuerdo de josé alfonso reimóndez Lete )
Aunque nuestros queridos visitantes la denominen: La Feria del Caballo, para nosotros los jerezanos es la feria, nuestra feria. Mientras que para ellos el artículo La, es determinativo de la celebración de una gran fiesta en torno al caballo. Para los jerezanos es el mayor y mejor acontecimiento festivo que tiene nuestra ciudad, el que esperamos con ilusión volviéndonos extrovertidos y llenos de entusiasmo para vivir cada uno de los momentos que la feria trae consigo.
Mientras que ellos, seguramente la viven y disfrutan en torno al noble bruto, referente que la hace parecida a la del año anterior, los jerezanos la vivimos cada año de forma diferente, porque para nosotros, ¡No hay una feria igual! A pesar de que la programemos con visitas a las diferentes casetas de amigos, entidades y asociaciones y sepamos a los sitios donde iremos, nunca imaginamos en la caseta que terminaremos. Este es quizás el mayor encanto que tiene nuestra feria: su imprevisibilidad. Aunque tengamos nuestros referentes y gustemos de ojear los periódicos y dípticos que, editados al efecto, nos indican donde se sitúan nuestras casetas preferidas, la mayoría de las veces hacemos caso omiso y terminamos allí donde nos dicen que se sirve la molleja más exquisita o hay el mejor flamenco.
A la feria hay que ir un poco a la aventura, ese es su encanto, ir de aquí para allá, al encuentro de un amigo que nos dijo que estaría en tal sitio o marcharnos rápidamente hacia aquel otro donde, vía celular nos comunican que las hermanas Méndez tienen formado un lío de «padre y muy señor mío». Esa es su magia, vivir la feria con la ilusión de lo inesperado, el encuentro con amigos que regresan a su feria después de años de ausencia, disfrutar compartiendo con una determinada reunión de ese elixir maravilloso que es el vino de Jerez, el que, bien dosificado, es capaz de mantenernos en liza el interminable tiempo de la juerga, la noche eterna de la luz y el color inefable.
¡Ninguna Feria es igual! Por mucho que nos la programemos esta será distinta a todas las vividas porque todas son diferentes, cada una tiene sus momentos, sus mejores días y sus emociones. Y, aunque como siempre, este instalada en el incomparable marco del Hontoria, nunca será igual para nadie, porque su variadísima oferta y horas para gozarla siempre serán distintas.
A ello contribuyó nuestro querido Lete (Q.e.p.d) quien le infirió una estética cuyo espíritu se expandió por todo el Real uno y otro año con toda una saga de ingeniosos decoradores que como él, continúan reinventando; plintons, hastiales, ménsulas, dinteles, pilastras, balcones y cornisas, logrando asombrar a propios y extraños pero sobre todo a los que somos entusiastas de la estética y el equilibrio de las proporciones con las que estos arquitectos - caseteros consiguen que el conjunto de las portadas de nuestra feria sean un prodigio de belleza y armonía. Unas populares, otras copias de nobles fachadas y monumentos o las de corte neoclásico, hacen que el perplejo visitante local o foráneo desee atravesar sus umbrales ávidos de la magia de nuestra feria.
Sí, porque al talento de José Alfonso Reimóndez Lete, Jerez debe en buena parte su idiosincracia ferial y gracias a su ingenio, la continuidad de toda una generación de diseñadores que, en constante evolución, mantienen el patrón que le infiere a Jerez el sello que Lete le imprimió y la hace cada año distinta.
Por ello y por otras muchas razones cada feria es diferente. Como diferentes son los trajes de faralaes de nuestras señoras, auténticas obras maestras de distinción y elegancia, en las que, en la mayoría de las ocasiones prima la sobriedad del corte y la combinación del color, que ellas saben poner en valor con la armonía de sus cuerpos y embellecer con sus complementos y aderezos.
La fulgurante luz del medio día incide en las grupas relucientes de los caballos, en los cascos recién pintados, en las engrasadas guarniciones y en los brillantes borlajes y cascabeles.
Con la retirada del sol se irán oyendo en la tarde los primeros tiempos del compás, marchamo de identidad de la feria jerezana que, como tambores de Calanda, continuarán rítmicos de caseta en caseta embriagándonos los sentidos de sones y contratiempos hasta bien entrada la madrugada.
Ya arropados por la cobertura incandescente de la noche, nos iremos encontrando con amigos, familiares y allegados que prestos a seguir disfrutándola regresan de los toros o ya cenados ilusionados por vivir la madrugada siempre en mutación, mientras que otros, ebrios del fragor de la jornada, se despiden con un hasta mañana, ávidos de continuar apurando hasta la última gota del día siguiente, porque nuestra feria es igual de colosal que de efímera.
Y nosotros, satisfechos del día, de la tarde y de la noche, con los momentos vividos a flor de piel y los zapatos polvorientos nos iremos perdiendo calle abajo a ver si tenemos la suerte de encontrar al argentino que trae pulseras y collares de semillas de Guairuru. Porque nuestra feria nunca es igual.