Milagro verde
Diez años después de la rotura de la balsa de la mina de Aznalcóllar, que provocó el mayor desastre ecológico de Andalucía, la flora y la fauna renacen en torno al río Guadiamar
Actualizado:PEPE señala con su mano derecha a lontananza, justo hacia el lugar donde se levantan dos montículos de arena. «Eso es lo único que queda del muro de la balsa». A Pepe no le cuesta mucho trabajo recordar. La madrugada del 25 de abril de 1998 estaba en su casa durmiendo. Sonó el teléfono. Antes de cogerlo miró el reloj. Eran las cuatro de la madrugada. No serán buenas noticias, pensó. «Vete corriendo para la mina que se ha roto la balsa y no veas como va el río ya por Sanlúcar la Mayor», le gritó desde el otro lado de auricular un compañero.
Pepe era miembro del equipo de vigilantes de la mina Boliden-Apirsa. Se puso en marcha. Hacía una noche de primavera. El cielo estaba despejado, pero el ruido de las enrabietadas aguas le desconcertó. «Ojalá no haya muerto nadie», fue su primer pensamiento. El segundo: «Ahora sí que nos cierran la mina».
Pepe sigue hoy trabajando de lo mismo y en el mismo lugar. Pero ya no hay mineros por aquí. Eso entristece a los habitantes de uno de los enclaves de la denominada faja pirítica ibérica. La localidad sevillana de Aznalcóllar -donde comienza esta historia- se asocia a la de la minería desde antes del imperio romano.
La nueva tarea de Pepe consiste en vigilar las obras de una central foltovoltáica, que se levanta justo encima de la antigua balsa, ya sellada, y convertida en el epicentro de una red de industrias 'limpias'.
Pepe supo en la madrugada del 25 de abril de 1998 que aquello era un accidente de los grandes, pero nunca sospechó que observaba el cruel amanecer del mayor desastre ecológico de la historia de España, superior al que años después provocaría el hundimiento del Prestige, según afirman expertos que han trabajado en ambos accidentes. Desde la balsa de esta mina se vertieron al río Guadiamar -afluente del Guadalquivir- seis millones de metros cúbicos de lodos y aguas ácidas con gran concentración de zinc y arsénico.
Una riada tóxica que contaminó más de 50 kilómetros de río y anegó 4.600 hectáreas de terreno fértil con lodo tóxico y, además, mató a 30 toneladas de peces y decenas de otras especies animales. O, como se explica en la exposición, 'Guadiamar. 10 años' -que se puede visitar en el Pabellón del Futuro de la isla de la Cartuja, en Sevilla-, los terrenos contaminados entonces equivalen a 6.482 campos de fútbol; los camiones que se emplearon para retirar el lodo dieron el equivalente a 424 vueltas a La Tierra, para retirar los siete millones de metros cúbicos de lodo tóxico, que podrían llenar 360 veces la Giralda -que mide 98 metros de altura.
¿Un muro!
Los días posteriores a la rotura fueron un caos donde, sin embargo, se actuó de forma coordinada y eficiente entre las administraciones estatal y autonómica, con especial protagonismo de la Junta de Andalucía. De no haber sido así, la efeméride habría cambiado de nombre. Se cumpliría una década de la defunción del parque nacional de Doñana, para vergüenza de Europa.
El primer informe de impacto sobre el vertido se concluyó en cuatro días. Lo firmaban expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas que lanzaron una primera y urgente recomendación: había que construir muros de contención para evitar que el vertido tóxico llegase al Guadalquivir y, a través de su cauce, a Doñana. Echó una mano la lluvia, concretamente, la escasez de precipitaciones. No cayó ni una sola gota en los 208 días siguientes al desastre.
Se construyeron tres muros. La actuación se seguía con mucha inquietud desde el parque nacional. Miguel Ferrer era en 1998 director de la Estación Biológica de Doñana. Cuenta que no respiraron tranquilos hasta que no se levantó el dique definitivo-
Ferrer experimentó aquel abril de 1998 una sensación de rabia, incluso mayor al de resto de investigadores y técnicos que trabajaron codo con codo para intentar frenar esta riada, que ha provocado pérdidas superiores a los 200 millones de euros, en su mayoría sufragados por el Gobierno andaluz. Y es que Ferrer se opuso en 1997 -un año antes del incidente- a que se ampliara la balsa de Aznalcóllar y, como mínimo indispensable, exigió una plan de emergencia. La empresa Boliden recibió los permisos para ampliar la pequeña presa y, además, no fue requerida para que presentara su plan ante una catástrofe ambiental.
¿Quién y por qué autorizó el recrecimiento de la balsa? Dos preguntas aún sin respuesta que han sido clave en las, hasta el momento, constantes derrotas judiciales que ha padecido la Junta de Andalucía en su objetivo de que la empresa sueca devuelva a los andaluces un elevado porcentaje del dinero público utilizado en revertir la crisis ecológica en una especie de 'milagro verde'. La empresa tenía los permisos pertinentes, han respondido hasta ahora los jueces.
Corredor
Bajo el puente de Las Doblas, sobre el Guadiamar, el lodo tóxico llegó a alcanzar dos metros de altura. Hoy se puede ver nadar a tortugas, nutrias y, por su puesto, peces. Es uno de los puntos más visitados del denominado proyecto del Corredor Verde del Guadiamar, impulsado por la Consejería de Medio Ambiente. Una iniciativa que comenzó siendo una respuesta a una catástrofe ecológica, pero que se ha convertido en una gran apuesta ambiental y socioeconómica de la Administración andaluza para esta comarca sevillana.
Entre los logros más evidentes destacan: la estabilización de las condiciones físico-químicas del río, así como un descenso considerable respectos a estudios anteriores a la rotura del contenido de metales pesados y arsénico.
Lo más llamativo es el regreso a la zona de significados grupos faunísticos como los peces o las aves. Un dato, sin duda, que avala una mejora notable de la salud ambiental de este entorno. Los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente ponen el acento en que el proceso de restauración, tras diez años de trabajos, sigue abierto.
Conejos y liebres
Un dato normal, al tratarse de un proceso vivo cuya evolución presente y futura está llamada a marcar un hito en el desarrollo sostenible de la región. El avistamiento de las primeras colonias de conejos y liebres llena de esperanza a los biólogos responsables de vitar la extinción del lince ibérico. Este 'corredor verde' puede servir de vía de unión entre los ejemplares que sobreviven en Sierra Morena y Doñana. Pero la transformación del área de Aznalcóllar va más allá. Se ha abierto una puerta a las denominadas 'industrias limpias'. El Polígonos de Actividades Medioambientales de Andalucía es un ejemplo de ello. Unas 400 personas trabajarán en las empresas que ya se han comenzado a instalar en sus más de 130 hectáreas. Especialmente simbólica es el océano de paneles solares que se levanta justo encima de donde se ubicaba la tristemente balsa.
Pero este impulso industrial no colma las expectativas de dos colectivos que aún siguen en pie de guerra: mineros, agricultores y ganaderos. Unos reclaman la apertura de nuevas explotaciones mineras y los otros, el pago total de las expropiaciones y permisos para utilizar los pastos.
Colectivos ecologistas, además, alertan de que la situación no está tan controlada y que aún se siguen produciendo filtraciones de agua tóxica desde la balsa hasta el río que, finalmente, podrían llegar al Guadalquivir y al parque nacional de Doñana.