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el patético hombre de hierro

CALLE PORVERA Ese personaje de gafas oscuras y expresión siniestra me produce urticaria cada vez que asoma su careto por la pequeña pantalla. No obstante, lo peor no es verlo, sino escuchar las lindezas que suelta por esa lengua viperina de la que se vanagloria. Los lectores ya podrán adivinar que me estoy refiriendo a Risto Mejide, ese producto prefabricado que ameniza las noches de los martes con improperios y humillaciones dirigidos a alumnos de la academia, familiares, profesores y todo el que se ponga por delante.

ALMUDENA DOÑA admontalvo@lavozdigital.es
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Resulta paradójico que él, que se supone busca una calidad y una autenticidad musical, sea en sí mismo pura fachada y artificio. Porque me niego a creer que la crueldad y falta de escrúpulos que transmite sea parte de su condición natural, y que efectivamente le resulte imposible disfrutar o incluso soltar una carcajada, como no sea a costa del ridículo y el sufrimiento de los otros.

Aunque esto me produzca rechazo, es aún superior la sorpresa que me invade cuando descubro que a gran parte de los espectadores les divierte y estimula la presencia de este hombre. Está claro que ninguno de sus fieles seguidores, (que han ido a que les firme su libro, publicado gracias a un programa del que declara estar «harto»), no han hecho un ejercicio de empatía y se han puesto en el lugar de las personas a las que degrada. Porque si lo hubieran hecho, seguro que se les cortaría de raíz la simpatía que les produce cuando les dijera, por ejemplo, que abandonen su sueño porque no valen para nada, que están gordos, son feos o visten mal, o que la muerte de su abuela no es suficientemente importante como para dejar el programa, comparándola con la de un canario. Resulta evidente, para mí al menos, que las audiencias no pueden legitimarlo todo.