Opinion

La renovación del PP

Algún observador ha señalado ya que el resultado obtenido por el PP el pasado 9-M induce un peligroso bloqueo: la «dulce derrota», que por experiencia termina siendo siempre amarga, cosechada por Rajoy, la segunda en su ejecutoria, ha sido relativamente leve y no justifica la dimisión precipitada e irrevocable que resulta obligada tras las hecatombes, por lo que el candidato derrotado se siente legitimado para continuar y se impide así la renovación interna. De momento, Rajoy conserva todo el poder, consolidado por el apoyo de todos sus barones territoriales con mando en plaza, con la sola excepción de la madrileña Aguirre, que aboga por una «renovación ideológica» que no oculta sino que enmarca su propia y sin duda legítima ambición personal.

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De entrada, hay que poner en duda la entidad del debate de ideas que tal irrupción sugiere. Aguirre, que se define «liberal» por oposición al estatalismo, clericalismo y corporativismo de Rajoy, tiene una credibilidad limitada en aquel territorio ideológico: ha ampliado en Madrid los márgenes de la iniciativa privada incluso en la prestación de los grandes servicios públicos como la sanidad y la educación y ha reducido el espacio público incluso fiscalmente pero, por contra, ha hecho de Telemadrid un instrumento de publicidad y propaganda sesgado y sectario. Y si su discurso intelectual ha sido más abierto que el de Rajoy, su presencia en primera fila de las manifestaciones organizadas por la AVT o por el ala dura de la conferencia episcopal relativiza aquellos méritos. Así las cosas, la «renovación» que podría introducir Aguirre resulta francamente dudosa. Y en el estricto plano biológico, Aguirre es mayor que Rajoy e incluso que el propio Aznar, por lo que la «renovación generacional» seguiría estando pendiente: en el mejor de los casos, la presidenta de la Comunidad de Madrid llegaría al poder a los 60 años. Todo indica, en fin, que tanto si se presenta Aguirre como si no, Rajoy será reelegido por aclamación en el congreso de Valencia. En parte, qué duda cabe, por sus propios méritos, y en parte también porque no se han puesto las bases para un congreso realmente abierto como el socialista del 2000. La exigencia de 600 firmas (el 20% de los compromisarios) y la previa descalificación de cualquier disidencia hace prácticamente imposible que algún grupo de jóvenes pruebe fortuna.

Pero al contrario de lo que sucedería si ganase el Congreso un candidato renovado, la estabilidad de Rajoy al frente del PP no estará ni mucho menos asegurada. La ratificación del liderazgo sin competencia no aportará mayores dosis de legitimidad al personaje. A un personaje que tendrá que pasar varios exámenes a lo largo del cuatrienio. Los presagios son oscuros: es improbable que Rajoy llegue indemne a las elecciones del 2012, por lo que podría ser que haya que promover ya inexorablemente la renovación generacional. Lo que sucede es que cuanto más tarde se produzca la mudanza, menos tiempo tendrá el nuevo candidato para rodarse y darse a conocer, por lo que le resultará muy difícil ganar en la primera gran confrontación a que se presente. Debería pensar Rajoy todas estas cosas antes de dar pasos errados que ya no tendrán vuelta atrás.