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Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro, dijo alguien una vez. Ante semejante afirmación, sólo cabe añadir: ¿Guau! Pero es que Brigitte Bardot cuanto más conoce a sus perros, y a fe que debe de conocerlos muy a fondo por lo mucho que los quiere, más odia al género humano. ¿Puede la misantropía conducir a la zoofilia -entendida ésta en su sentido etimológico, como amor desmesurado hacia el reino animal-, y viceversa? Habría que estudiarlo, pero así de entrada parece que sí, porque hay que ver la perra que ha cogido esta mujer con la fauna doméstica.

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La que fuera mito erótico de los años cincuenta y sesenta no gana para pleitos. Y una vez más ha perdido el juicio. En este caso, el que le enfrentaba a una asociación de derechos humanos que la acusa de fomentar el odio racial. Bardot detesta el modo en que los musulmanes tratan a corderos y cabras. Pero no les pide que dejen de sacrificarlos en sus rituales, sino que los maten dulcemente, es decir, con anestesia.

Comprendo que a esta mujer, acostumbrada como debe de estar a vivir rodeada de criaturas inocentes, peludas y agradecidas, que le harán la ola y moverán la cola a su paso, le atormente el silencio de los corderos... Pero eso no debería necesariamente convertirla en un ser tan asocial como Hannibal Lecter. Lo que irrita de la actriz no es su defensa de los seres irracionales, sino que en su brutal empecinamiento por conseguir un mundo mejor para perros, gatos y canarios vaya dejando tras de sí una estela de xenofobia y homofobia atufarrante. Y es que parece que a Brigitte los únicos bebés que le conmueven son los de foca.