Valores sin rentabilizar
Tecleo «Cadiz» -sin acento, claro- en el buscador de noticias de mi ordenador y me salen todos los despachos de agencias sobre la exposición que acaba de abrir el Museo del Prado, Goya en tiempos de guerra, el gran acto cultural de la temporada. La referencia es relevante, puesto que se indica que tras convalecer en Cádiz de la larga enfermedad que le dejó sordo, el genial artista «inició el camino del arte independiente» y dio rienda suelta a sus sueños y obsesiones como nunca hasta entonces: «Pintó por voluntad propia y expresando sus ideas cuadros de gabinete en que presentó con creciente dramatismo escenas de violencia y desamparo»... Nada que no se sepa, por otra parte, aunque no más allá del círculo de estudiosos, eruditos y otras especies en peligro de extinción. Por ejemplo, no en buena parte de la población gaditana, en sus rectores y en su «marca», entendida como tal ese conjunto de valores que caracterizan y singularizan a la ciudad, que no el dibujito de la sonrisa.
Actualizado:Otro ejemplo oportuno: Posiblemente una de las pocas veces que el New York Times ha mencionado a nuestra ciudad en bastante tiempo fue el 24 de marzo pasado, al referirse al concierto celebrado el viernes anterior en el Lincoln Center, en el que su Chamber Music Society interpretó Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz, «encargada a mediados de 1780 para los oficios del Viernes Santo en Cádiz, España». La obra que Valde Íñígo compró a Haydn para su personalísimo y loco proyecto de oratorio, la única pieza del gran repertorio mundial que se escribe para España, no ya sólo para esta parte del país, como no me canso de decir, lleva pegada la palabra «Cádiz» para todos los medios musicales del mundo, pero nosotros nos limitamos a darle un pase al año, a cargo habitualmente de un grupo de escaso nivel, como por cumplir más que con una tradición, con una maldición, sin ningún mimo ni aprecio.
Como el «valor Goya», o el «valor Haydn», otros muchos pertenecientes a la larga historia de la ciudad siguen ocultos, olvidados, despreciados, cuando no maltratados. Falla, Mutis, Malaspina, tantos otros; el mayor teatro romano de Hispania eternamente por terminar, el ambicioso Festival de Música española en decadencia...
Es este un discurso reiterado, lo sé, pero no viejo. Nada ha cambido, a pesar de que es evidente que para Cádiz la cultura no es un lujo, más o menos prescindible entre tantas carencias, sino una forma de garantizarse el futuro; que el modelo de ciudad sobre el que permanentemente nos interrogamos, que tiene tantas aristas, sólo muestra una faceta amplia y diáfana: la viabilidad de este núcleo urbano tan pequeño y estrangulado reside en eso que se llama «poner en valor», o sea hacer trabajar a su riqueza histórico-artística: el valor de su casco urbano, con el que ya se sabe lo que estamos haciendo, dejar que se expolie y machaque sin que las medidas de protección trazadas sirvan para evitarlo; el valor de su historia milenaria y singular, de su cultura, de sus referencias, empolvadas en un cajón. Las alarmas acerca de la eficacia del Doce se disparan. Ni siquiera hemos luchado en serio por conseguir una declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Así pues, hasta que lo cultural no sea declarado prioritario por la gestión política no habremos centrado el objetivo en el camino hacia el futuro. Pero me parece que no es este el eje del discurso de ninguno de los responsables públicos que oimos, antes bien al contrario, creo que cada vez más el «argumentario» relega y hasta estigmatiza las alusiones y a quienes las hacen. Lo más que se piensa es en cumplir el expediente en base a una serie de construcciones comerciales establecidas, colocarlas en el calendario, dejarlas luego languidecer hasta morir.
Un escritor italiano, Alain Elkann, acaba de proponer en su país un pacto por la cultura, desde el convencimiento de que «la torre de Pisa no es de izquierdas ni de derechas» y de que «la política debe proteger la cultura». Aquí tal discurso no se ha dado, ni por asomo. Tendremos que plantearlo desde la sociedad civil.
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