VETERANÍA. Josefa Rodríguez, en el salón de su casa del gaditano barrio de Santa María junto con su loro.
CÁDIZ

La abuela de Santa María

A sus 95 años, Josefa Rodríguez es la vecina más veterana del barrio, en el que reside desde mediados de los años 30

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A sus 95 años, Pepa se ha convertido en santo y seña del barrio de Santa María. Vive en el número 12 de la calle que da nombre al barrio y allí ha visto nacer sus canas, las que ahora peina mientras recuerda las historias de su barrio. Aunque nació en Huelva, esta gaditana de adopción llegó muy joven a la ciudad y desde los años 30 se trasladó a Santa María para vivir al compás de los flamencos y bajo la protección del Nazareno. Precisamente, al Greñúo atribuye Josefa el seguir como una rosa a sus 95 años y el haber sobrevivido hasta a tres guerras y a otras desgracias de la vida.

A su lado, desde hace mucho tiempo, está su yerno, Juan Ramírez, con quien comparte la pérdida de la que fuera su hija y esposa. Un fatal desenlace que les llevó a permanecer unidos, «hasta que él quiera o me lleve a una residencia», comenta Pepa ante la mirada cariñosa de su fiel compañero.

Josefa Rodríguez es la vecina con más edad de todo el barrio, por eso ha conocido a diferentes generaciones y ha visto la evolución de una zona, «que ya no es lo que era». En estos años ha podido convivir con personas que no tenían ni para comer, a las que ayudaba cuando podía, y ha visto incluso cómo se ha llevado a cabo la rehabilitación de gran parte del caserío de su barrio, incluso de su finca, que hace unos años sufrió unas obras que la han dejado como nueva. «Ahora vivo en un palacio», añade al respecto. También recuerda Pepa lo que ha cambiado la vida en todo este tiempo. En el mismo edificio en el que hoy vive, llegó a pagar 14 reales por la luz y compró su casa en los años cuarenta por 22.000 pesetas. Unas cifras que nada tienen que ver con la vida de hoy.

«Santa María era pobre pero había gente buena y éramos todos muy felices», recuerda. Y cuando habla de miserias, Josefa rememora la explosión de la ciudad. «La noche la pasamos en el campo para evitar desgracias y los serenos no dejaban de ir y venir. La calle Columela estaba llena de cristales y no se podía transitar. Lo pasamos peor entonces que cuando estalló la Guerra Civil», apunta.

Entre las muchas experiencias de esta onubense afincada en la capital, la Guerra Civil fue uno de los episodios que recuerda como si fuera ayer. «El día que empezó la guerra estaba yo pintando el zócalo de mi casa, y de repente escuché decir '¿Fuera, fuera!'. Una mujer con un pañuelo blanco llamaba a las casas, pero mi vecino de arriba, que era muy de izquierdas, impidió que entrasen dentro a buscarnos», cuenta. De aquellos días destaca cuando a su Cristo del Nazareno lo intentaron quemar y alguien salvó las cabezas y la mano. Entonces, dejaron de sacarlo en procesión durante algún tiempo, aunque cuando volvió, allí estaba Josefa, en la esquina de la calle, viéndolo pasar otra vez. Y mientras, en su azotea, los músicos y flamencos de Santa María, le cantaban a su paso.

Hoy en día, la abuela de Santa María sigue pendiente a su barrio, donde estará para siempre. Allí recibe las visitas de sus vecinos, los de ahora y los muchos que han pasado por allí en sus 95 años de edad, aunque hay otros muchos que ya han olvidado parte de su pasado y no miran atrás. Pero Pepa seguirá allí, esperando, en su sala de estar, junto al pájaro que le canta todas las mañanas y con el cariño de los suyos. Con la estampa del Nazareno a sus espaldas y con la mirada puesta en el infinito, aunque presente en cuerpo, en alma y en mente. Junto a su radio, junto a su cama, junto a todos sus recuerdos.

nagrafojo@lavozdigital.es