La decisión del obispo Lugo
Para a mayoría de lectores tal vez decir Paraguay sea decir Stroessner. El general de ese nombre, aunque muerto en un cómodo exilio en Brasil hace ya casi dos años, fue el emblema y la cara del pobre país sudamericano, uno de los que más ha tardado, en tomar el tren de la democracia que, mal que bien, ha ido conquistando América Latina.
Actualizado: GuardarMañana se celebran en Paraguay elecciones presidenciales y puede ganarlas Fernando Lugo, un recién llegado a la política, antiguo obispo de San Pedro y líder de una coalición de izquierdas que encabeza los sondeos. El Partido Colorado, el de Strossner, está segundo no muy lejos. Y el general populista Lino Oviedo es tercero, muy cerca.
El caso Lugo ha añadido a la labor del interesado el interés suplementario de ver a un prelado metido en política contra la expresa prohibición de la Santa Sede que, sin embargo, ha manejado su caso con una prudente mezcla de rigor formal y cerrando un ojo ante la voluntad sincera de un hombre respetado al que parecía difícil descalificar moralmente y poco útil esterilizar políticamente.
El Partido Colorado por el que se presenta Blanca Ovelar no es exactamente el de Stroessner, que tampoco fue su fundador pero sí quien lo convirtió en la maquinaria dictatorial y administrativa que fue a su servicio. Y ha debido hacer concesiones hacia la democratización desde que el general Andrés Rodríguez depuso fácilmente a Stroessner en 1989. Pero, así y todo, su relevo pacífico sería el fin de una hegemonía que, con matices y caras diversas, ha durado sesenta y un años en la última versión colorada.
Que la hazaña, si lo consigue, sea cosa de un obispo que se acerca a los sesenta años y se ha movido, que se sepa, desde el altruismo personal y como un batallador solitario y un activista de talento, sería un caso sin precedentes. Y, de paso, la prueba de que la democracia multipartidaria, incluso con todas las limitaciones de su versión paraguaya, permite cambios de calado desde la fuerza de las urnas.