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MULTITUD. Vista panorámica de un abarrotado estadio del equipo de béisbol de los Washington Nationals, donde el Papa ofició una misa concelebrada. / AFP
MUNDO

Benedicto XVI amonesta a los católicos de EE UU que son hostiles con los inmigrantes

En su homilía durante una misa multitudinaria en un estadio el Papa reclama que se acepte la diversidad de los que vienen de otros países

MERCEDES GALLEGO
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Primero, los abusos sexuales. Luego, la guerra de Irak. Y ayer, la inmigración. Uno a uno, el Papa ha ido tocando todos lo temas espinosos del horizonte estadounidense. En su primera misa de multitudinaria, celebrada ayer en el estadio de béisbol de los Nationals ante más de 45.000 personas que empezaron a llegar a las 5 de la madrugada, Benedicto XVI pidió a EE UU que acepte la diversidad de los inmigrantes de acuerdo a su tradición.

El catolicismo no es la fe predominante en el país, pero gracias al flujo continuo de inmigrantes que cruza la frontera del río Bravo en busca del sueño americano se ha convertido en el tercero con más católicos del mundo, después de Brasil y México. Por eso, Benedicto XVI calificó el crecimiento de la Iglesia en EE UU «como el capítulo más grande de la expansión después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés».

Tras recordar la creación de la primera diócesis en Baltimore, el Pontífice aseguró que «doscientos años después, la Iglesia en EE UU tiene buenos motivos para alabar la capacidad de las generaciones pasadas en aglutinar grupos de inmigrantes muy diferentes». «Al mismo tiempo, la comunidad católica de este país, consciente de su rica multiplicidad, ha apreciado cada vez más plenamente la importancia de que cada individuo y grupo aporte su propio don particular al conjunto. Ahora la Iglesia en EE UU está llamada al futuro», advirtió.

El Papa ya habló de la situación de los católicos al llegar a Washington durante la conversación que mantuvo con el presidente, George W. Bush, en privado el miércoles, en la Casa Blanca. Allí, el máximo representante de la cristiandad expresó a su interlocutor su preocupación por la ruptura de las familias que se ven separadas cuando uno de los progenitores es expulsado del país, dejando atrás a los hijos nacidos en EE UU.

Ayer le tocó el turno del rapapolvo a los católicos que están inspirando esa hostilidad hacia los inmigrantes ilegales que se ha despertado en suelo estadounidense, particularmente en las zonas industriales más depauperadas, en un momento de recesión económica en el que es fácil echarle la culpa a los inmigrantes por los puestos de trabajo perdidos.

«Percibimos signos evidentes de un quebrantamiento preocupante de los fundamentos mismos de la sociedad: signos de alienación, ira y contraposición en muchos contemporáneos nuestros. Aumento de la violencia, debilitamiento del sentido moral, vulgaridad en las relaciones sociales y creciente olvido de Dios», recriminó Ratzinger.

Alocución en español

Tan claro era el tema principal de esta primera gran homilía pública que el Santo Padre eligió acabar su alocución en español. En este idioma respaldó tácitamente los controvertidos esfuerzos de muchas parroquias de Estados Unidos, que en los últimos años se han convertido en santuario de los inmigrantes indocumentados que buscaron refugio en ellas cuando las autoridades migratorias les persiguieron para expulsarles del país. La decisión de muchas parroquias de oficiar misas en español y organizar programas de acogida a los emigrantes les ha costado la enemistad con otros fieles, pero ayer recibió el aplauso de su máximo líder.

«La Iglesia de EE UU, acogiendo en su seno a tantos de sus hijos emigrantes, ha ido creciendo gracias también a la vitalidad del testimonio de fe de los fieles de lengua española», recordó. Y para ellos, que ayer le manifestaban su presencia con gritos de «¿viva el Papa!», un mensaje de aliento: «No se dejen vencer por el pesimismo, la inercia o los problemas».

Benedicto XVI, al que empiezan a conocer los estadounidenses, está demostrando mano firme a la hora de abordar los temas conflictivos. Había empezado en el avión en el que cruzó el océano, admitiendo lo avergonzado que se sentía con la conducta de tantos sacerdotes abusadores de niños.