«Cuando tengo una idea y cojo la pluma, siento que se escribe sola»
El escritor afirma que no es a él a «quien le corresponde mover un solo dedo» por su Fundación, pero admite que le haría «muy feliz» dejar aquí su legado Participó ayer en el Taller literario de Diputación 'No tienes tú cuento'
Actualizado:Pregunta: «¿Carlos, te han violado muchas veces?». Respuesta: «Hombre, hay de todo». Por esos caminos extraños, entre el surrealismo practicante y la pura extravagancia, transcurrió ayer la clase magistral de Carlos Edmundo de Ory, «escritor alienígena», en el Taller literario de la Diputación No tienes tú cuento. Quien esperara una lección al uso, sobre procesos, causas y técnicas creativas, no conocía la proverbial capacidad del «jefe de la banda», según lo definió Francisco Nieva, para convertir en un juego ocurrente y retórico cualquier intervención, por muy académica y árida que ésta se presentara.
Tras leer uno de sus relatos, que versaba, precisamente, sobre los resortes internos que convierten el texto escrito en una entidad autónoma, capaz de actuar con total independencia de las intenciones de su creador, De Ory mostró lo mejor de su espíritu vitalista, heterodoxo y visionario en la tanda de preguntas que cerró la clase. «¿Usted planifica los cuentos?», se interesó una de las alumnas. «No, nunca -respondió el escritor, con una mueca divertida-, porque cuando escribo una línea, no tengo ni idea de lo que voy a contar en la siguiente. De hecho, navego por las palabras como si estuviera soñando, sin saber por qué cursos me llevarán, ni a qué puertos».
El poema -o el cuento-, «cobra vida hasta tal punto» que De Ory no se considera ni siquiera «responsable de lo que al final se ha escrito». Su torrente de ingenio le supera, le desborda y, aunque se siente privilegiado por ello, no cree que nadie deba guardarle «ninguna clase de admiración o respeto». «Muchas veces soy un mero transmisor: la idea surge, viene, yo me limito a coger la pluma, y entonces noto cómo ella se escribe sola». En el capítulo de consejos, el genio se mostró contundente: «No le tengáis miedo a las palabras, por favor; pero tratarlas con rigor y modestia; aprended a mirar la realidad o a imaginarla y leed mucho, pero no para imitar a vuestros maestros, sino para inspiraros».
En un tono jocoso y distendido, De Ory preguntó a Félix J. Palma, uno de los profesores del taller, por sus cuentistas favoritos. «Cortázar», apuntó el joven escritor, y el inventor de los aerolitos hizo una mueca de complacencia. «Borges», continuó J. Palma, y De Ory no reprimió un gesto de desaprobación. «Ése era demasiado intelectual», sentenció.
Fundación en Cádiz
Finalmente, se atrevió a comentar algunas de sus rutinas creativas cotidianas. «Ya no escribo, sino que dicto. Cada vez que tengo un arrebato de inspiración, toco una campanita y Laura, mi mujer, acude y la apunta. En realidad, deberían colocar su nombre junto al mío en esa placa que alguien ha colocado en la casa en que nací, o al menos pegarle debajo una fotocopia con sus datos».
Tras finalizar la clase, el genio opinó sobre la posible creación de una Fundación en Cádiz que cuide de su herencia literaria: «Me parece muy bien, ya lo he dicho, pero no es a mí a quien corresponde mover un dedo para que ese proyecto se realice», explicó, aunque matizó después que la idea le parece «buena porque sería muy feliz si pudiera dejar aquí mi legado, mi biblioteca y algunas cosas».
En un alarde de modestia, pidió a las alumnas del Taller que no le aplaudieran: «Si alguna de vosotras pasa bajo un naranjo y coge alguno de sus frutos, no se lo agradece luego al árbol con una salva de aplausos; por eso mismo, tampoco tenéis que hacerlo conmigo». dperez@lavozdigital.es