Sonrisas y suspiros
LAS fiestas políticas tienen poco que ver con las civiles y sociales. O muy poco. Lo contemplamos ayer en la Cámara de las Cinco Llagas, donde el líder socialista Manuel Chaves dejó expedito el terreno para ser proclamado presidente del mítico Al Andalus, denominación territorial en vigor casi mil años atrás, antes de que esta sociedad pagana se abrace con fervor al próximo fin de semana.
Actualizado: GuardarPorque a tal ceremonial solemne asistieron los notables de la monotonía política/capitalina de la época. Cargos públicos, líderes sindicales y patronales, algún curioso con corbata de seda, excedentes de cupo del orden ejecutivo y cronistas confusos por la celeridad de los acontecimientos y la universalidad de las urgencias.
Nos impresionó gratamente la serenidad y relajo del semblante del más veterano consejero del Poder andaluz, Zarrías Arévalo, siempre caminando dos pasos atrás del jefe Chaves, también de rostro pausado y sonrisa fácil. Muy prometedora, igualmente, la sonrisa casi desempaquetada de la nueva presidenta de la Cámara, doña Fuensanta Coves, una andaluza que atesora la legendaria prudencia de las andaluzas que conocieron los estragos que provocó el Santo Oficio, tan lejos y tan cerca, aunque con otro ropaje (el del Santo Oficio).
Y nuestro querido Defensor del Pueblo, el reverendo José Chamizo, cuyo semblante está más cerca de la picaresca cervantina que del que se lleva en el Vaticano. Porque Chamizo es un jornalero del sufrimiento de los perdedores y sólo utiliza la contundencia cuando ya ha quemado todas las naves. Lo tengo siempre presente en mis oraciones.
No tanto al igualmente valorado Javier Arenas, aunque es un político con turbina, inasequible al desaliento y nada dado a lamentaciones gratuitas. Si llegara a entender que la política es una mera fórmula matemática, y no un cúmulo de sonrisas y golpes en las espaldas al interlocutor de turno, ya estaría en los libros de historia y en los corazones de tipos como yo. Por cierto, no divisé entre la multitud al admirado José Antonio Griñán; en cualquier caso, por donde morase, seguro que no estaba perdiendo el tiempo. Hay gente así, que rentabiliza hasta el más leve de los suspiros y la más gratuita de las miradas.