«Creo en la Literatura con la misma fe con la que otros creen en Dios»
El autor de 'Juegos de la edad tardía', Premio de la Crítica y Premio Nacional, impartió ayer en la Fundación Quiñones la conferencia 'El arte de contar'
Actualizado:Quizá porque nació en la España rural y despojada de la postguerra; o porque desde los 12 años, ejerciendo de hijo de emigrados, ya inventaba historias que le ayudaran a combatir la dura realidad de los suburbios, la Literatura es para Luis Landero mucho más que una vocación o una inclinación puramente artística. Este padre «de mundos concretos, sin abstracciones superfluas» entiende que escribir -«narrar la vida»- es una necesidad irreprimible, un credo que «requiere de su propia fe, confianza y dedicación».
Desde la aparición de su primera novela, Juegos de la edad tardía (1989), donde el autor practicaba un curioso diálogo entre fantasía y realidad, ha publicado Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1999), El guitarrista (2002) y Hoy, Júpiter (2007), que le han valido el Premios de la Crítica y el Nacional de Literatura, entre otros reconocimientos. Ayer, en la Fundación Quiñones de Chiclana, impartió la conferencia El arte de contar, en la que desgranó algunas de las claves creativas que practica y las motivaciones últimas de sus obras. -¿Por qué empezó a escribir y por qué continúa haciéndolo?
-Porque la vida no me ofrecía lo suficiente. Porque había que buscarse la vida, dentro de la vida. Porque siempre se escribe desde la carencia, desde la infelicidad; porque me enamoré y no me correspondían; porque soñaba y mis sueños nunca se hacían realidad. No empecé a escribir por elección, sino por necesidad.
-Hemingway decía que no tiene sentido escribir sin haber vivido intensamente. ¿Comparte la reflexión?
-Se puede vivir intensamente sin necesidad de marcharse a cazar leones a África, o haber sido reportero de guerra. La pasión la pone uno. Hay escritores sedentarios, que no se han movido de la ciudad, y tienen muchas cosas que contar. Hay otros que no han parado en casa -y no me refiero a Hemingway, evidentemente- y sólo han escrito tonterías. Hay que vivir intensamente, de todas formas. Aunque para ello no es necesario ser un zascandil. No podemos olvidarnos de la aventura... cotidiana.
-¿Y si le faltara la Literatura?
-No sé vivir sin escribir. Para mí es como respirar. Si me faltara la Literatura, me faltaría el sentido de la vida. Creo en ella con la misma fe inquebrantable con la que otros creen en Dios. La palabra es belleza; es una forma de hacer la vida digna; la posibilidad de redimirse de tantas y tantas cosas...
-Tuvo una infancia difícil y, antes de vivir de la enseñanza, se vio obligado a dedicarse a los oficios más inverosímiles. ¿Soñaba entonces con que, siendo un escritor de éxito, acabarían sus problemas?
-Jamás soñé con ser un escritor reconocido. Soñaba con escribir, sencillamente. De joven era poeta. Un mal poeta, por cierto.
-Sus personajes parecen obsesionados con la idea de la frustración.
-Creo que es algo parejo a la condición humana. Cuando empiezo a escribir una novela, quiero que sea la mejor que he escrito nunca. Tengo, en la cabeza, un ideal. Y lo persigo. Como Ícaro, que intentaba alcanzar el sol; o como la Torre de Babel, que aspiraba a tocar el cielo. Luego te quedas donde te quedas. Al final de cada novela puedo sentir algo parecido a la plenitud, pero por otro lado... Aparece la frustración. Y la traspaso a la siguiente novela, como motor. La historia del hombre, en general, está llena de estos mitos: Prometeo, Don Quijote... Su lucha se basa en un afán de trascendencia y en la persecución de un espejismo. Es un animal que sueña. Ésa es su grandeza y ésa es su desgracia.
-Sus libros tienen siempre un poso melancólico y, sin embargo, los cruza con una sutil veta humorística. ¿Cómo consigue que la combinación no chirríe?
-Bueno, hay un tipo de humor sobrio, frío, que nace de la perspectiva irónica, del escepticismo, que me gusta, y que no es en absoluto incompatible con la nostalgia e incluso con la amargura. Además, es un arma con la que lograr despegarse de uno mismo, tomar distancia, y evitar las cursilerías y el tremendismo.
-Durante un tiempo se dedicó a tocar la guitarra en París: parece un personaje prototípico de la bohemia, casi un chiché.
-Acabé Filología y me pareció una opción tan válida como otra cualquiera para sobrevivir. Me divertí mucho. Luego me volví a España, me casé, me preparé unas oposiciones y me dediqué a la enseñanza: justo lo contrario de lo que haría un bohemio.
-¿Por qué?
-Porque quería acercarme a una determinada idea de la felicidad: tener salud, que no me faltase el dinero y poder dedicar todo el tiempo posible a escribir. Por eso mi iniciación literaria fue tan tardía. Primero tuve que resolver todo eso.
-Después vinieron el éxito, los premios, el reconocimiento público..
-Fue algo hermoso, pero también duro. Yo, en realidad, hasta Juegos de la edad tardía, me había planteado constantemente si, a pesar de escribir desde los 12 años, tenía talento. De pronto, toda esa atención mediática... Fue difícil pensar en crear cuando había gente que esperaba tu texto para poder leerte, pero también para poder juzgarte. Después, la presión desapareció. La literatura también tiene esa virtud: te aísle, en cierto modo, de la realidad, a la vez que te comunica secretamente con ella.
-¿Aquello le cambió?
-No, esencialmente. Fue bueno, pero ya está. Estoy seguro de que no contribuye demasiado a la formación de una persona. Puede halagarte la vanidad, darte cierta seguridad, pero después está el día a día, esa búsqueda cotidiana que no tiene nada que ver con las ventas o los premios...
dperez@lavozdigital.es