En defensa de la aspirina
Para un poeta épico como Quintana, tenía mucha lógica escribir un poema dedicado a la vacuna y al médico militar español -Francisco Javier de Balmis- que llevó la vacuna a una América apestada de viruela. Por eso a mediados del siglo XIX, al viejo poeta heroico, hombre público en cien ocasiones, Isabel II le coronó de laureles en una sesión augusta del Senado. Pinta la escena López y Piquer. Martínez de la Rosa lleva del brazo al poeta laureado. A diferencia de otros países, no ha sido frecuente en España una institucionalización tan elevada del poeta ni que los poetas cantasen los logros de la ciencia. Un pensamiento recurrente advierte con catastrofismo de los peligros de confiar en la ciencia y en la técnica. Desde luego, si algo enseña la Historia es a no confiar en nada, ni siquiera en la Historia. Pero es curioso que se nos quiera apartar de forma tan protectora y paternalista de lo que representan la ciencia o la tecnología y sin embargo no se nos avisó de los males que podían propagar las ideologías. El totalitarismo, por ejemplo. Al enjuiciar la ciencia como un elemento deshumanizador que puede llevarnos a sociedades clonadas estamos creando un contraste virtual entre un futuro especulativo y la realidad de una medicina que ha incrementado las expectativas de vida, que acabó con la mortandad por parto o que inventó la aspirina o los antibióticos.
Actualizado:Ahora lo que tenemos en ciernes es una mutación, una explosión de conocimiento que es la biotecnología. Es el camino que puede conducir a la humanidad a la frontera más allá de la cual ya no existiría el ser humano tal como lo concebimos. Tal mutación biotecnológica pudiera hacer practicables ingenierías sociales hasta hoy impensables. Algo tendrá que decir la política como conciencia pública sobre los límites de la ingeniería genética. La ética de nuestros padres no abarca la complejidad moral de la clonación. Existe la posibilidad de que cualquier día creemos no ya máquinas que se apliquen al cuerpo humano sino que se integren en nuestra anatomía y se conviertan en sentidos o extremidades, en depósitos de información.
Hubo sectas que se enfrentaron a la Máquina, como hacen hoy algunos ecologismos radicales y los movimientos anti-globalización. La máquina aparecía como una perturbación del paisaje pastoral y, en casos de pensamiento apocalíptico, como una de las perversiones de los tiempos modernos. Para ese pensamiento apocalíptico, Hiroshima y Nagasaki eran la aplicación unívoca de la energía nuclear, incluso tanto tiempo después, del mismo modo que la máquina profanadora por excelencia eran los hornos crematorios de los campos nazis de exterminio. El gran miedo a la Destrucción Mutua Garantizada paralizó los instintos durante la Guerra Fría. Atenazó la conciencia humana. La tecno-ciencia aparecía como el primer riesgo de autodestrucción. La literatura y el pensamiento fueron la repercusión simbólica de tal pavor. A inicios del siglo XXI, las nuevas tecnologías han ido mucho más allá y han reducido en términos reales el tiempo y el espacio pero todavía se nos aparecen como controlables por el hombre. Las nuevas tecnologías, en fin, hacen posible los logros del metacapitalismo y a la vez las zozobras de la sociedad post-humana. La geo-ingeniería quizás logra soluciones innovadoras por contraste con el pesimismo ecológico. ¿Hasta donde podrán llegar los poderes intelectivos de las máquinas pensantes? Si la cuestión apesadumbra, siempre puede uno tomarse una aspirina.