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La beatífica tesis de que «tras los Juegos Olímpicos China será más abierta» (Juan Antonio Samaranch dixit) pierde puntos a toda velocidad y el viaje de la antorcha olímpica se ha convertido en un espectáculo pro-tibetano y crítico con Pekín.

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El perfil bajo que habían adoptado casi todos ellos, empezando por el norteamericano (Bush confirmaba que irá a Pekín a disfrutar con los Juegos) dejaba algún margen de maniobra a la espera de lo que podría ocurrir, pero las protestas en San Francisco, París y Londres dan al color naranja de los budistas un protagonismo que enfurece al Gobierno chino. Prodigios de Internet

Es difícil no creer ahora que los disturbios en Lhasa, la capital tibetana, que empezaron hace dos semanas tras un largo periodo de calma, no estaban sincronizados con el viaje de la antorcha cuya llegada a Pekín y recorrido nacional (incluyendo un paso por el Tibet mismo y una subida al Everest) se ven como muy problemáticos.

Bajo presión muchos gobiernos comienzan a tomar posiciones críticas. El británico, como de costumbre sin consultar con los colegas de la UE, hizo saber el miércoles que Gordon Brown no estará en la ceremonia de inauguración, posibilidad sugerida algo antes el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Y el Parlamento europeo aprobó una resolución por la que los diputados instan a sus gobiernos a adoptar una posición común sobre qué hacer con la inauguración y, en todo caso, pidiendo previamente el compromiso chino de negociar políticamente con el Dalai Lama.

Bush va un poco más lento y hasta el miércoles parecía hostil a politizar los JJOO e irritar a la República Popular, pero su portavoz, Dana Perino, pareció introducir un matiz de duda al decir que no podía decir qué hará el presidente con su agenda, pero recordó la conocida posición de éste de que él cree que lo mejor es presionar a China, en público y en privado sobre derechos políticos, religiosos y culturales antes, durante y después de los Juegos.

Algo parece ya seguro: la ceremonia de inauguración, clave de la gran operación de afirmación nacional y éxito económico de la República Popular, conocerá ausencias más que sonadas en un ambiente tan deteriorado que sería iluso pensar que cuanto sucede a ritmo vertiginoso en una atmósfera de boicot no tendrá repercusiones políticas y económicas.