MAESTRO. Emilio Ruiz, uno pionero de los efectos visuales con una larga lista de títulos. / LA VOZ
Cultura

El último truco del mago

Un documental revindica en el Festival de Málaga a Emilio Ruiz, el maestro español de los efectos visuales

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El cine es el arte del engaño, y Emilio Ruiz era un maestro de la superchería visual. Jamás recibió homenajes ni protagonizó retrospectivas, pero su genio, reclamado por Hollywood, se perfeccionó a lo largo de casi siete décadas en 500 largometrajes. El gran maestro español de los efectos especiales falleció a los 84 años el 14 de septiembre de 2007, justo cuando Imanol Uribe y Sigfrid Monleón comenzaban el montaje de un documental sobre su figura, presentado en el Festival de Málaga en una emocionante sesión entre familiares y amigos. El último truco de Emilio Ruiz fue desaparecer de improvisto.

La suya es una historia de genio y penurias, la historia del cine español. Era el último mago del trucaje cinematográfico que permanecía en activo. Sus ilusiones ópticas, rodadas en directo, resolvían con realismo y econonomía las necesidades del director. Decir que hacía maquetas simplifica el talento de un artista de la pintura, la escultura, la iluminación, los decorados y la fotografía. Sin él, no serían mágicas Espartaco, Rey de reyes, Cleopatra, La caída del Imperio Romano, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Golfus de Roma, Patton, Conan el Bárbaro, Dune...

Contra los 'making of'

No era una vieja gloria. Fernando Trueba se enorgullece de haber contado con su artesanía en La niña de tus ojos y El embrujo de Shanghai. Guillermo del Toro despreció la tecnología digital en algunas escenas de El laberinto del fauno: prefirió las maquetas de Ruiz, que en el documental desvela a regañadientes la poética secreta de su oficio. Porque, como advierte al inicio, la magia del cine, a semejanza del truco de un mago, no debe desvelarse. Por eso odiaba los making of que desentrañan rodajes.

Nacido en Madrid en 1923, Ruiz comenzó a trabajar en los años 40 en los estudios Chamartín. Pintaba forillos, las telas con paisajes que cuelgan tras las ventanas. Giraldas más falsas que un duro de seis pesetas en cintas de folclóricas. De pequeño, un espectáculo de marionetas le había trastornado; fue el único niño que se escurrió detrás del teatrillo para descubrir quién animaba los muñecos. Engañar el ojo de la cámara y con ella el del espectador se convirtió en su obsesión. Todo era cuestión de perspectiva. Las callejuelas de un pueblo de Castilla se convierten en París si se superpone un trampantojo de Notre Dame; la plaza de toros de Colmenar esconde el Coliseo romano.

Ruiz inventó sus propias técnicas: cristales pintados combinados con espejos, chapas de aluminio recortadas, maquetas fijas y móviles, soldaditos agitados por un ventilador... David Lynch rodó dos veces la secuencia en la que los protagonistas de Dune salen del centro de la Tierra. Una en México, con paisaje y figurantes reales; otra en estudio, con la maqueta y las figuritas de Ruiz. Eligió finalmente el decorado del mago.

Un día reflexionó por qué las maquetas de barcos cantaban tanto en cine. Y se le ocurrió sumergir una piscina en el mar. Así el cielo y el agua serían reales, y cuántas más verdades sumases a una mentira, más real parecería. Su recreación del atentado contra Carrero Blanco en Operación Ogro forma parte de la memoria colectiva; incluso hay quien cree que son imágenes documentales. Compró un Dodge negro en una juguetería y después reprodujo a escala la fachada de la calle Claudio Coello. Hasta el último ladrillo.

Era un currante con el espíritu de los pioneros del cine, entregado a la belleza de lo efímero. El último de su estirpe.