Cultura

Fito Cabrales cuenta su vida en 'Soy todo lo que me pasa', la biografía de un músico de la calle

«Soy Fito. Soy poca cosa. Me dicen que soy breve. Pero no tengo complejo por ser pequeño de estatura». Copa y cigarro en mano, en uno de esos bares de barra fija, Adolfo Cabrales Mato -más conocido como Fito- habla y habla de su vida mientras Mario Suárez, editor de su primera biografía, graba y toma apuntes. En una serie de coloquio amenos y directos, «digamos que a pecho descubierto"» se cocinaron las letras de su canción más difícil, Soy todo lo que me pasa, el primer libro que narra las vivencias de un bilbaíno errante, músico de la calle, nervioso compulsivo, cariñoso por doquier y poco amigo de la política.

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Pero realmente, ¿quién se esconde detrás de esa imagen inocente, de patillas alargados y aros, que ha puesto de moda su gorra de cazador fino, y cuyos estribillos han hecho vibrar a pequeños, mayores y ancianos hasta vender más de 400.000 copias de su último disco? «Es un autodidacta, un cantante que sufre cuando tiene que plantear cuestiones delicadas y el tío con más paciencia que he conocido», retrata Xavier Arretxe, manager de Fito y compañero de aventuras desde finales de los ochenta.

Hincha del Athletic, estudiante frustrado de mecánica, padre separado de dos hijos, la historia de Adolfo Cabrales Mato comienza en la calle Zabala de Bilbao, el 6 de octubre de 1966. «Vivíamos en un piso normal, en una calle normal, en un barrio normal». Allí permaneció hasta los 10 años, cuando se mudó al «Benidorm del norte» -Laredo, en Cantabria- donde pasó la juventud hasta que llegó la mili.

El club de alterne

La música, entonces, ya había filtrado en sus venas, a pesar de que la guitarra era un instrumento que «odiaba». Su padre trabajaba en un club de alterne de los de antes, la Palanca, en Bilbao, con orquestas en directo, y su amatxu - «una mujer coqueta y bien plantá»- era una artista que tocaba el acordeón antes de dedicarse en cuerpo y alma a la familia y al bar de playa de Laredo. Así creció Fito: entre cafés, cerveza, humo y música.

Por entonces escuchaba el rockabilly de los cincuenta, el de piano y voz, y la vertiente del rock de los ochenta, «más fuerte». «Fue una época de Jimi Hendrix hasta que un día descubrí Larga vida al rock and roll, de Barón Rojo, y lo flipé. Me quedé el verano de los 16 encerrado en casa tocando sin parar. Ni novias ni amigos», relata Fito en el libro.

Llegaron los ensayos, las guitarras eléctricas, la mili en León y Valladolid, la huída a Vallecas al son de AC/DC, los pedos, los excesos, el viaje a Torremolinos y Benalmádena junto a su madre -ya separada- y el regreso a su casa de Bilbao, al lecho de su padre, ya jubilado, y el trabajo como camarero en la Palanca, con 20 añitos. «Me imponía cobrar copas a mil duros a señores que iban a conocer a prostitutas. Fue una etapa muy buena de mi vida, ya metido con Platero hasta arriba».

Era 1991 y por entonces en Euskadi estaba ya asentado el movimiento llamado rock radical vasco, cercano al punk. «Convivíamos bien con esta corriente, aunque no estábamos politizados», narra Fito. El primer concierto, en un bar de Plencia, cerca de Bilbao, apenas congregó a 30 personas. «Novias y amigos, y no veíamos un duro», prosigue.

El gran salto

Sin un árbol al que agarrarse, los cuatro componentes de la banda dejaron sus curros y decidieron jugársela. O la música o nada. Y salió. «Fueron unos años muy rápidos. A veces pienso que fue una semana y no los diez que duró la historia».

Mientras tocaba con Platero y Tú, Fito pergeñaba los Fitipaldis, su proyecto personal y el que le ha reportado la popularidad de masas. «En el rock and roll ésa es la tónica, hay que apostar y arriesgarse si te quieres comer algo». Y vaya que si lo hizo. Aquí está el resultado, Soy todo lo que me pasa, su primera biografía.