Editorial

Previsiones dispares

El drástico recorte efectuado por el Fondo Monetario Internacional de sus previsiones de crecimiento para España en 2008, pero sobre todo su comparación con las expectativas más optimistas del Gobierno, ha agudizado las dudas que planean sobre nuestra economía. El FMI augura la entrada de EE UU en recesión, aunque concede que ésta será «suave»; advierte de los riesgos de una «crisis de confianza total» si no se atajan las turbulencias financieras; y presagia un oscuro panorama en términos generales y de forma particular para España, al rebajar sus pronósticos en apenas seis meses de un crecimiento del 2,7% al 1,8% para este año. Lo más preocupante de esa cifra es que impediría amortiguar un desempleo al alza con la creación de nuevos puestos de trabajo y confirmaría las zozobras que comportan para las economías domésticas factores combinados como el repunte de la inflación -que el FMI sitúa en el 4%- y el desfallecimiento del sector inmobiliario. Es cierto que el Fondo tiende a mostrarse conservador en sus previsiones, lo que en tiempos de incertidumbre como los actuales puede alimentar tanto la desconfianza como espolear la reacción de las autoridades económicas y financieras. Pero el contraste de su evaluación con la del Gobierno, que sigue previendo un crecimiento del 3,1% para 2008, intensifica perniciosamente la inquietud de una ciudadanía que está viendo cómo los efectos en sus bolsillos de la desaceleración no siempre se corresponden con los mensajes tranquilizadores que se le dirigen.

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Predicciones como las efectuadas por el FMI complican la ya de por sí difícil tarea del Ejecutivo de tratar de prevenir y combatir con iniciativas concretas las consecuencias del declive económico sin agravar, al tiempo, la desconfianza que la crisis financiera ha inoculado al conjunto del sistema. En épocas de cambio forzoso, la sociedad precisa que sus representantes se conduzcan con rigor y claridad, sintiendo que comprenden sus desvelos y están dispuestos a ayudar a paliarlos. Pero la credibilidad de ese discurso exige evitar expresiones de optimismo en una recuperación a medio plazo como la que formuló Rodríguez Zapatero en la investidura. No sólo por la imposibilidad de calibrar en estos momentos el alcance del deterioro económico, sino porque ese lapso, por breve que sea, puede resultar desolador para los ciudadanos más desprotegidos.