COMPROMETIDO. El actor Richard Gere, amigo personal del Dalai Lama, se dirige a los manifestantes en San Francisco. / REUTERS
MUNDO

Guerra de protestas en San Francisco

Los miembros de la comunidad emigrante china y los partidarios de Tíbet compiten en las calles por el protagonismo al paso de la antorcha Bush reclama a China que dialogue con el Dalai Lama sobre el conflicto

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Al amanecer, miles de personas se habían congregado ya en la plaza de McCovey Cove, donde empezó a la una de la tarde el único recorrido de la antorcha olímpica en Norteamérica. Pero esos primeros manifestantes no protestaban contra la represión en Tíbet, sino que blandían la bandera china. «Tíbet está mejor de lo que estaba», decía una de las pancartas, henchida de nacionalismo. La guerra en las calles de San Francisco, donde un tercio de su población es de origen asiático, estaba servida.

Miles de activistas de todo el país habían descendido hasta esa puerta del Pacífico para oponerse a la celebración de las Olimpiadas en un país que reprime los derechos humanos y apoya a algunos de los peores tiranos del mundo. Free Tibet, Save Darfur, monjes birmanos y hasta defensores de los animales retomaron otra antorcha, la de las protestas. La víspera el actor Richard Gere y el Nobel de la Paz Desmond Tutu habían liderado una vigilia hasta el Consulado chino con la consigna de aprovechar «este momento épico en las relaciones entre Tíbet y China», pidió Gere.

Algunos inmigrantes chinos les acusaban de robar un momento de orgullo patrio para impulsar su agenda política, pero Nancy Pelosi, congresista por ese distrito y portavoz de la mayoría demócrata en el congreso, contraatacó. «Es el Gobierno de Pekín el que aprovecha la antorcha olímpica para legitimar su política». Con todo, su postura es la de promover gestos políticos como no asistir a la ceremonia de apertura, a lo que se ha sumado también Hillary Clinton y, según anunció ayer Londres, Gordon Brown.

Defender la reputación

El aguerrido alcalde de San Francisco, Gavin Newsom, que ganó la plaza con 36 años, ha sido adalid de causas como los matrimonios entre homosexuales o la prohibición de las bolsas de plástico. Esta vez, sin embargo, se había propuesto defender la reputación de la ciudad al garantizar que la antorcha partirá a Buenos Aires tras un pasillo por la bahía.

«No os prometo que esto vaya a ser el 'Verano del Amor'», dijo la víspera. «Pero espero que podamos marcarlo como una ocasión en la que discrepamos pacíficamente sin negar el derecho de los demás a la libertad de expresión. La mañana del martes se la pasó al teléfono con los alcaldes de París y Londres, a los que interrogó exhaustivamente sobre las medidas de seguridad en sus ciudades, qué funcionó y qué falló. Para garantizar el éxito de su misión diseñó planes alternativos para superar imprevistos.

Tres barreras policiales defendieron a los deportistas que portaron la antorcha. Los primeros corrían a pie junto a los atletas y los paramilitares chinos de azul. La segunda estaba formada por agentes en bicicleta y la tercera por policías motorizados. Un contingente de antidisturbios esperaba en las calles aledañas para entrar en acción en caso necesario. Desde el mar les seguía también un ferry en el que la antorcha hubiera embarcado en caso de que los atletas se encontraran bloqueadas las calles por una sentada o por las manifestaciones.

Entre la espada y la pared

Tan intimidatoria era la seguridad que una joven atleta de 14 años se retiró antes de empezar la carrera, por decisión de sus padres, que no quisieron verla en medio de esa pugna.

El propio Newsom se había visto entre la espada y la pared. Y no sólo por las visitas del presidente del Comité Olímpico, el embajador chino y las llamadas de Washington, que temían que los disturbios en San Francisco dañaran las relaciones de EE UU con China, sino también de sus propios constituyentes. Del potente Chinatown salían las voces de los hombres de negocios que exigían respeto para su país de origen, quizá porque los deseos independentistas de Tíbet exaltan el nacionalismo de los chinos. Mientras que las figuras liberales de la ciudad le pidieron que al menos hiciese alguna condena a la violación de derechos humanos en China durante la ceremonia, a lo que se negó.

La presión tuvo eco en la Casa Blanca, donde Bush instó ayer a China «a iniciar el diálogo con representantes del Dalai Lama». Su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, incluso dijo estar «mirando la posibilidad de abrir un Consulado en China».