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«Los brigadistas abrazaron la causa republicana por pura indignación»
El investigador presenta esta tarde en la Asociación de la Prensa, 'Almas sin fronteras', un documental que rescata la memoria de la Brigada Lincoln
Actualizado: GuardarEn 1996, a finales de la última legislatura socialista del ciclo González, el Gobierno intentó enmendar parcialmente un injustificable agravio histórico y concedió a los voluntarios extranjeros que habían luchado en la Guerra Civil la nacionalidad española. Para cuando se liquidó el proceso burocrático, José María Aznar estrenaba cargo y gabinete. A pesar de que casi 200 ex brigadistas del bando republicano se habían concentrado a las puertas de las Cortes, el señor presidente, presionado por la vieja guardia de su partido, se negó a recibirlos. La afrenta vino a sumarse a esa larguísima relación de olvidos, infamias, desprecios y vejaciones que los brigadistas llevan casi tres cuartos de siglo sufriendo, como un catálogo paralelo de heridas sin cicatrizar.
Gracias a investigadores como el hispanista Anthony L. Geist, empeñados en cerrarlas, su memoria, individual y colectiva, retoma el vuelo. El historiador presentará esta tarde, en la Asociación de la Prensa, el documental Almas sin fronteras, que rescata las peripecias vitales e ideológicas de los 2.800 norteamericanos que formaron la Brigada Abraham Lincoln.
«Se trata de un retrato íntimo, casi fraternal, de unos jóvenes que, con independencia de que compartamos o no sus motivaciones políticas, fueron lo suficientemente audaces -o inocentes- como para ofrecer su vida en pos de un ideal», explica Geist.
La propuesta incluye testimonios conmovedores, material inédito y música original del compositor Lan Adomiam, que colaboró con Miguel Hernández en la dinamización cultural de la retaguardia republicana durante la recta final del conflicto.
Más de mil muertos
Más de mil de estos voluntarios murieron en la contienda. «Todos coinciden en reconocer que no tenían ni la más mínima idea de a lo que se enfrentaban; la guerra, para ellos, vista desde los EE UU, tenía una dimensión épica: era la primera gran batalla entre la libertad y el fascismo», apunta el director de Almas.
La «pura indignación», al comprobar que las democracias occidentales no daban la cara por la joven república española, les movió a asumir la participación como un compromiso inexcusable. «Eran los hijos del crack, de los difíciles años 30, del paro, de la desprotección social, y habían cultivado la ideología de izquierdas como ninguna otra generación anterior», aclara.
La dureza de la vida en las trincheras, las tensiones internas, las purgas, la falta de medios y, más tarde, la evidencia de que la balanza de la victoria se inclinaba, progresivamente, del lado nacional, significó para ellos un duro golpe. «La posibilidad real de morir puso a prueba la firmeza de sus convicciones, y les colocó en la difícil tesitura de decidir hasta dónde estaban dispuestos a sacrificarse por un ideal».
Los datos revelan su respuesta. La utilización de las brigadas internacionales como punta de lanza de las fuerzas de choque republicanas las situaron en primer lugar en cuanto al número de bajas que sufrieron; pero la proporción de desertores «resulta irrisoria, prácticamente no puede considerase ni siquiera representativa». Es más: «Muchos de los que resultaron heridos, y volvieron a los EE UU para recuperarse, regresaron después a las trincheras, cuando ya sabían que la guerra no era ningún juego, e incluso habían visto caer a buena parte de sus compañeros».
Entre las causas que los espoleaban a seguir peleando, había cuestiones ideológicas, pero también otras estrictamente emocionales: «Abrazaron la causa de una república moribunda porque era lo más ético, lo más humano, y porque se implicaron hasta lo indecible con una población que resistía, estoicamente, los embates de las columnas franquistas, que se hacinaba en las ciudades y que, en definitiva, elevaban un grito unánime, capaz de sonrojar a cualquier demócrata del planeta que se preciara de serlo».
La recompensa
¿Qué recibieron a cambio de tanto sacrificio? La mayoría de ellos, el profundo desprecio de sus compatriotas que, tras la Segunda Guerra Mundial, en vez de considerarlos pioneros de su propia lucha, los asociaron al nuevo enemigo: la URRS. «He ahí otro mito interesado: es cierto que había un porcentaje elevado de comunistas estadounidenses en la Brigada Lincoln, pero también lo es que muchos abandonaron esa militancia por los mismos motivos por los que vinieron a pelear a España, cuando les tocó elegir entre totalitarismo y libertad, independientemente del espectro ideológico en el que se situaran las dictaduras».
En EE UU padecieron la persecución institucionalizada del FBI, cárcel y represión, «aunque casi ninguno renunció al compromiso con la izquierda, ya fuera implicándose activamente en la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, oponiéndose a la guerra del Vietnam o volviendo a tomar las armas contra el intervencionismo militar estadounidense en América Central».
El pasado 30 de marzo, en San Francisco, se inauguró el primer gran monumento norteamericano a los caídos de la Brigada Lincoln. «En Inglaterra tengo contabilizados más de cien; en la antigua Yugoslavia, por citar otro ejemplo, había prácticamente una placa en cada pueblo. Mientras, en los Estados Unidos, que presumen cada vez que se presta la ocasión de ejercer de bandera incontestable del mundo libre, su memoria sigue siendo metódicamente excluida de los manuales de historia y, lo que es peor, del discurso público. Para el gobierno jamás han existido. Para la inmensa mayoría de sus conciudadanos, no son nadie».
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