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La disyuntiva de Moqtada

De creer fuentes oficiales en Bagdad, el primer ministro Nuri al-Maliki ha dado un ultimátum a Moqtada al-Sadr, el joven clérigo renegado, como le llaman las agencias anglófonas, para que desmantele su milicia si no quiere ser perseguido en toda regla y, desde luego, excluido del proceso político-institucional en curso. Todo esto sucede en un momento clave, cuando el mundo ha visto cómo el ejército de al-Mahdi resistía eficazmente en Basora la gran ofensiva de treinta mil soldados y policías que apenas pudieron hacer nada frente a los aguerridos guerrilleros, sufrieron deserciones abundantes y una preocupante falta de valor y deseo de combatir.

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Sólo la entrada en acción de americanos y británicos permitió medio empatar la situación mientras una negociación paralela y secreta permitía terminar la tragedia en unas tablas aparentes. Poca gente sabe, en cambio, que tal negociación tuvo lugar en Jom, en Irán y que por parte iraní las dirigió un jefe de los pasdarán, el ejército ideológico y político del régimen. El Gobierno aceptó en seguida, con aval norteamericano, para evitar males mayores, el principal de los cuales sería que la batalla se extendiera a medio país, obligara a una intervención masiva de los americanos, con muchas bajas y el fin circunstancial del periodo de calma relativa y ganancias en seguridad que Washington dice estar consiguiendo y que en marzo, antes del episodio de Basora, se deterioraba.

El calendario implicaba nada menos que el informe del general Petraeus y el embajador Crocker harán hoy y mañana ante el parlamento en Washington y que pedirá congelar todo proyecto de retirada, mantener las ganancias porque son reversibles y quedarse el tiempo preciso en el país hasta su completa estabilización. El programa de Bush y del candidato McCain. Pero también es verdad que Moqtada debe decidirse porque su aislamiento político crece. Los grandes bloques del parlamento (chiíes del Consejo Supremo Islámico y Al Dawa), sunníes del Frente de la Concordia y los kurdos, exigen el fin de la milicia, aunque su petición sea un poco ventajista porque disponen de sus propias fuerzas: los kurdos sus pesh merga y los chiíes el ejército y la policía oficiales, infiltrados por los chiíes del Consejo, el clan de la familia al-Hakim.