Garbo de Morante
El diestro hizo lo único destacable en un espectáculo denso, larguísimo y pobre, donde Finito firmó una pésima actuación con la espada
Actualizado: GuardarDos horas y media de reloj se comió el espectáculo. Siete toros grandones del hierro de Parladé. No pasará a la historia ninguno. Se tronchó y se desparramó por el piso el primero, que tuvo, mientras estuvo, brusco aire y sorprendió a Finito de capa dos o tres veces seguidas. Flojo y algo andarín, el sobrero, cómodo y lustroso, se frenó de salida. Las manos por delante. Dolido de varas, sobadísimo de capa. Repuso de flojo y no de listo. Pasó página Finito sin mayor asiento ni interés. Pero como no tenía impulso ni descolgaba tampoco, el toro esperó y no dejó a Finito pasar con la espada. Tampoco se lo propuso Finito. Tenía más ganas el toro de morirse que Finito de matar. Cuatro pinchazos, un aviso, dos descabellos.
Morante era el reclamo del cartel. Mucha gente con el torero de la Puebla, pero no tanta. El segundo fue uno de los sólo dos toros con motor de toda la partida. No demasiado. Trompicado de primeras, y echando la cara arriba en los intentos de estirada. Arreó en banderillas, abrió la boca después de dos ataques medio en serio. Algo tardo, pero vino a los toques. Fue toro con fijeza. Templadito al domarse. La doma fueron cinco o seis doblones con los que Morante abrió faena para eso mismo: para domar y limar.
Galopada engañosa
A toro sin misterio ya, Morante se puso a dibujar con empachosa pinturería y gracia barroca. A torear a lentísimo compás y sólo con la diestra en muletazos provocados con la voz a veces, y al pisotón también, y enganchando cuando hizo falta. Muletazos acompañados y recompuestos muy estudiadamente. Sin forzar al toro por abajo. Bonito y singular el dibujo cuando salió entero. Marchoso todo: los desplantes de puntillas y talones rebasculados, las salidas intencionadas, los adornos, el toreo a dos manos, los pases de costadillo. Imágenes de 1900 con el toro del año 2000. Seguro de verdad Morante salvo a la hora de cruzar con la espada. Ocho pinchazos, y después del quinto sonó un segundo aviso porque la faena había sido más que morosa, una estocada y un descabello.
El tercero, que galopó engañosamente, enterró un pitón de salida y se lo escobilló al cobrar medio volatín, se enganchó con una correa del peto de pica y se enredó y desfogó en el caballo. No peleando contra el caballo sino contra las correas. Se quebró algo, claudicó. Morante salió a quitar fuera de turno. Por delantales, y a pies juntos por tanto. De remate, media por fuera y rebañadita muy linda. De abajo arriba el toro en los viajes. Salvador Cortés se puso en distancias primero, firme, erguida la planta. El medio pecho en los embroques de perfil. Buena la idea. Se paró el toro enseguida y en seco. Se quedaba a medio camino. Una estocada buena.
No fue mucho mejor el segundo capítulo. Finito dibujó airosos lances por abajo con el cuarto, que salió rendido de la segunda vara y claudicó sólo al segundo muletazo. Bondadoso el aire del toro. Pero se aplomó y no pudo. Ni una repetición. Al hilo del pitón por sistema Finito en una faena de las de atravesar el desierto, muy voceada. De uno en uno los muletazos, que fueron muchos, y alguno tirado con escuadra y cartabón. Pura geometría. Más que alma. Tres pinchazos y un descabello.
Morante saludó al quinto con unos raros lances apaisados. Tan abierto el compás y tan sacados los brazos que parecía que el embroque era en paralelo y no en la perpendicular del toro. Fue el toro de menos fuerza de los seis. O siete. Llorón, no paró de mugir. Cobardón, encogidito. Ni la menor sensación de riesgo. Morante no perdió el tiempo aunque pasó su ratito con el toro como estudiándolo. Un bajonazo.
El sexto, que salió ligero, enganchó mucho capote en el recibo. Saludo firme pero destemplado de Salvador Cortés. No estaba la suerte con el torero de Mairena. El segundo puyazo fue trasero y en el hoyo de ese puyazo vinieron a incrustarse juntas las dos banderillas de un par. Los pomos de las dos, enhiestos en la cruz, fueron tan amenaza para Salvador como las propias puntas del toro. Un hermoso intento de toreo puro y encajado con la mano izquierda. Luego, escarbó el toro. Y ya lo demás, por fuera.