Contestación en el PP
La sesión de investidura que mañana dará comienzo en el Congreso de los Diputados presenta, como una de sus incógnitas más relevantes, la actitud que vaya a mostrar Mariano Rajoy y el voto final del PP a la candidatura de Rodríguez Zapatero. La posición del líder popular dependerá del margen que el secretario general socialista le brinde para el acuerdo sobre los grandes temas de Estado. Pero también reflejará la inquietud que en él hayan podido suscitar las reacciones provocadas entre distintos sectores de su partido por las primeras decisiones adoptadas tras las elecciones del pasado 9 de marzo. Inmediatamente después de aquellos comicios, el anuncio del presidente popular de que aspiraría a la reelección como candidato de cara a 2012 en el congreso que el partido celebrará el próximo mes de junio obtuvo la adhesión unánime -es de suponer que en unos casos sincera y en otros obligada- de los dirigentes de su partido. Pero ha sido la drástica renovación introducida en el equipo que orientará la tarea de los diputados del PP la que ha generado una sorda contestación interna, reflejada en el disgusto o la crítica en privado de muchos de los electos. No es fácil que esa incomodidad dé lugar a la aparición de una alternativa a Rajoy de cara al congreso de junio. Pero es probable que en esta nueva singladura en la oposición el PP deba enfrentarse al escepticismo de un importante número de dirigentes y cuadros que han llevado el peso de dicho partido en los últimos años; escepticismo que podría cuando menos lastrar sus posibilidades ante las distintas elecciones que jalonarán el camino hasta las generales de 2012.
Actualizado: GuardarLa búsqueda de un espacio propio para el Partido Popular, que amplíe el ámbito sociológico en el que se ha movido en años precedentes hasta poderle disputar al PSOE una parte de su electorado, aparece ante los ojos de muchos integrantes del partido de Rajoy como un objetivo apetecible pero incierto. La continuidad en la oposición no sólo limita las posibilidades de distribuir las tareas de representación pública y de poder interno. Además pospone la satisfacción tanto de las aspiraciones políticas como de las personales a un horizonte que hoy se antoja tan remoto que sólo puede resultar estimulante para los más jóvenes. Mariano Rajoy heredó de José María Aznar un modelo eminentemente presidencialista de partido que requiere la adhesión inquebrantable y activa a los designios del líder. Las decisiones que tan personalmente ha adoptado el presidente popular con sus primeros nombramientos podrían responder a ese mismo modelo si hubiesen ofrecido al conjunto del partido una imagen más integradora generacionalmente hablando. Pero la apuesta de renovación resulta tan arriesgada que la actuación de Rajoy bien podría verse atenazada de inmediato entre las críticas internas y externas por un lado y las pocas facilidades que Rodríguez Zapatero dará al PP para que su política cuaje como alternativa de gobierno.