LA RAYUELA

Mujer o negro

Las elecciones son el espinazo de la democracia, por ello suelen mostrar su grandeza y su miseria. Las primarias en EEUU son el mejor ejemplo de cómo opera la regeneración democrática. Cuando los neocons habían llevado la política americana a la mayor cota de desprestigio desde el maccartismo, la «tensión democrática» permite recuperar una parte de la credibilidad perdida en guerras injustas y fragrantes violaciones de los derechos humanos, como las torturas autorizadas por la Casa Blanca, cuyos documentos probatorios le acaba de arrancar la Unión por las Libertades Civiles al Pentágono.

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Unas Primarias que enfrentan a una mujer blanca, Hillary Rodham Clinton, con un hombre negro, Barack Obama. Es tal el ruido mediático de su enconada competencia, que oculta que las elecciones se libran contra el candidato republicano. Puede pensarse incluso que el gran show lo está alimentando interesadamente la prensa más conservadora.

No es casual tanta referencia a los años sesenta en estas Primarias, porque muchas de las claves y pistas de lo que está sucediendo tienen que ver con aquellos lejanos años. ¿Cómo imaginar a un negro de aquella América racista sacudida por la violencia de la segregación racial, como serio aspirante a la Casa Blanca? O a una de aquellas hacendosas amas de casa y reposo del guerrero, en la carrera presidencial. Es impensable sin la revolución cultural que trajeron aquellos años.

¿Qué es más sorprendente, aún hoy: que aspire a la presidencia un negro o una mujer? A pesar de los años transcurridos, ambas opciones son un signo del tremendo cambio de los tiempos. El esfuerzo de Hillary para sacar adelante su vida familiar, profesional y política desde la embarazosa situación de subordinación humillante en que la postergó su marido, en el marco de la encarnizada lucha de los Republicanos por el poder, ha sido tremendo.Contaba con todas las bendiciones para ser la primera presidenta de EEUU, pero ya se sabe que los caminos del Señor son inescrutables. Apareció Obama, un hombre atractivo, de voz profunda, que entona blues con letras de raperos. Y canta, con el hijo de Bob Dylan: «Yes, we can» (Sí, podemos)... devolver el sueño americano a este pueblo escéptico y cansado de tanta infamia, ineficiencia y mentira: el sueño de ML King y JF Kennedy.

¿Quién detiene esa ola? No son programas, son emociones y deseos, que, como en los sesenta, están soplando en el aire («Blowin in the wind») de una generación -no sólo americana- que espera un cambio. Y Obama ha conseguido ser percibido, por encima de Hillary, como «el cambio». Poco importa ya lo que diga. De hecho, algunas de las cosas que afirma, por ejemplo sobre la religión y el creacionismo son, como mínimo, preocupantes.

El legado de Bush es absolutamente desastroso, por ello suena tan bien «Yes, we can». La sombra de una tragedia como la que acabó con los iconos que invoca, planea en el país de la Asociación del Rifle, con tantos asesores armamentísticos y mercenarios que quedarán en paro cuando finalicen los contratos de Irak que ganaron las empresas de Ramsfeld y Cheney. Por cierto, aplaudo el buen gusto de nuestro Presidente en la cumbre de la OTAN en Bucarest de no reírle las gracias al Pato Cojo. Por el contrario, a Obama podrá recibirle con jamón andaluz de pata negra que, según dice, le encanta.