«Ese nombre es mío»
Atenas y Skopje protagonizan una absurda disputa que dura ya quince años sobre quién tiene derecho a utilizar la denominación de Macedonia
Actualizado: Guardar«La región de los Balcanes tiene tendencia a producir más historia de la que puede consumir», dijo Winston Churchill. Lo hizo inmediatamente después de la victoria aliada sobre la Alemania nazi en la II Guerra Mundial, pero su predicción mantiene frescura más de sesenta años después. Sólo el carisma dictatorial de Tito consiguió mantener unidos todos los territorios bajo el nombre de Yugoslavia. Con el fin del régimen llegó la desmembración fratricida que provocó miles de muertos en los noventa e hizo germinar numerosos conflictos hibernados. El último por ahora, de carácter político, ha sido la traumática independencia de Kosovo, todavía no aceptada por Serbia, que aún amenaza con convertir en tempestad algunos vientos sembrados.
Pero queda otro que puede clasificarse bajo el epígrafe de... estúpido. Desde 1995 Macedonia y Grecia intercambian insultos por un nombre, precisamente el de Macedonia, cuyo 'copyright' se disputan helenos y balcánicos. Lo escudan en una cuestión de honor, de respeto a la historia... que intoxica sus relaciones durante el último decenio, sobre todo a nivel de sus respectivas opiniones públicas. Aunque el hecho de que sus transacciones comerciales nunca se hayan visto afectadas radiografía con nitidez la nimiedad de las posiciones que defienden con acalorado fervor de taberna y argumentos que sólo pueden ser basados en el axioma de quién la tiene más grande. «Ese nombre es mío», dicen unos y otros. El mundo ha demostrado su total desinterés por la cuestión.
Macedonia obtuvo su independencia de Yugoslavia en 1991 y fue reconocida por Naciones Unidas dos años más tarde, pero bajo la denominación de compromiso de Antigua República Yugoslavia de Macedonia ante la negativa del Gobierno de Atenas para aceptar sólo Macedonia, un nombre que considera propio e incompartible a pesar de que, de hecho, hay ciudades, regiones o provincias de EE UU, Australia, Canadá y Brasil que también lo llevan. Tampoco les gustó a los helenos que los macedonios incluyeran en su bandera el símbolo del sol de Vergina, que se asocia con el rey Filipo II, padre de Alejandro Magno y de la nación griega.
En esta absurda pelea, Grecia vetó esta semana en la cumbre de Bucarest la entrada de sus vecinos en la OTAN hasta que no adopten un apellido distinto al de su región. Y lo mismo piensa hacer Atenas respecto a la UE. Pero si en la Alianza nadie echará de menos a los ex yugoslavos, Bruselas sí muestra su preocupación por el veto ateniense. Macedonia, la balcánica, solicitó su ingreso en 2004 y un año más tarde fue aceptada como candidata a la adhesión, pero entre las exigencias de los Veintisiete a Skopje se incluía que ponga fin al conflicto nominal. No hay fecha para comenzar las negociaciones. Es difícil luchar contra un rechazo popular. Porque el 80% de los habitantes helenos rechazarían la entrada si los centroeuropeos no cambian su denominación. Pero también es verdad que el 60% lo harían de cualquier manera. No se llevan bien.
Coste político
Pero al margen está el Gobierno de Atenas. ¿Hasta cuándo podrá mantener su intransigencia sin un coste político? Tarde o temprano, según los analistas, deberá admitir su derrota diplomática. Algunas voces internas así lo reclaman. «Grecia debe hacer frente a la nueva realidad. Macedonia es reconocida con este nombre por la mitad de los países miembros de la ONU. Los políticos deben ser más realistas», declaró Dora Grosomanidou, embajadora ateniense en Skopje en una entrevista concedida a 'The Financial Times'. Inmediatamente fue destituida.
Desde Grecia se propone como solución el término de República macedónica de Skopje, que no gusta a los balcánicos, que pasarían a denominarse skopjanos. La ONU, cuyos mediadores Cyrus Vance y Matthew Nimitz trabajan sin éxito para buscar una solución desde hace muchos años, presentó sobre la mesa Macedonia Superior. Se fijaron como plazo el año 2002. Otro fracaso del arbitraje internacional.
Los nacionalismos impiden un acuerdo dialogado. Los extremistas macedonios eslavos sueñan formar una Macedonia unida, que integraría a la Macedonia egeica (actualmente Grecia), la Macedonia de Pirín (en Bulgaria), la región de Mala Presca y Golo Bardo (en Albania) y las de Gora y Prohor Pcinjski (en Serbia). Aseguran que todos sus moradores son descendientes directos de Alejandro Magno. Por el otro bando, para los radicales helenos tanto el gran conquistador como los que ahora llevan su sangre eran griegos. Su continuidad racial y cultural es sólo ateniense.