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Lanza

Mucha tela para la noche del jueves: estreno de Balas de plata en TVE 1, retornos de La que se avecina en Telecinco y de Cuestión de sexo en Cuatro, final de La lanza del destino en Antena 3. Empecemos por lo que termina: esa miniserie francesa dirigida por Dennis Berry y cuyos trescientos minutos de metraje ha llenado un par de noches de Antena 3. La historia de La lanza del destino toma pie en un viejo asunto de la tradición europea cristiana: cuando Cristo agoniza en la Cruz, un soldado romano, Longinos, le clava una lanza en el costado para verificar si ya ha muerto; el costado mana agua y sangre, según el Evangelio de San Juan. El motivo de la lanza pasó a la imaginación popular. Hay varias candidatas a ser la lanza original. La que más se aproxima a una explicación realista es la que salió del Santo Sepulcro de Jerusalén en torno al siglo VII. Parte de ella estaría en el Vaticano; otra parte estuvo en poder de la Corona francesa y se perdió durante la Revolución.

JOSÉ JAVIER ESPARZA
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La historia conecta con esta línea: el hallazgo del cadáver incorrupto de un general de Napoleón lleva a una arqueóloga a verse envuelta en una intriga cuyo eje es, precisamente la lanza. Por desgracia, el relato televisivo no apura el argumento tradicional, sino que salta alocadamente a los sucesivos desbordamientos new age que el tema ha conocido desde los pasados años setenta, terminando en una atmósfera a mitad de camino entre El código da Vinci y las malas imitaciones de James Bond. Para cualquiera que ame la gran cultura europea, asistir a estos espectáculos resulta profundamente decepcionante. De entrada, es triste que una gente con tan enorme legado cultural a sus espaldas vaya a buscar emociones en esos supermercados del ocultismo, donde con tanta facilidad se pasa del misterio a la superchería. Después, es desolador que, una vez metidos en harinas esotéricas, el tratamiento de los asuntos sea tan plano, tan primario. Uno ve cosas como ésta y termina preguntándose por qué todos esos personajes matan y mueren por algo que, a fin de cuentas, no pasa de ser una varita mágica. El error está precisamente en reducir el rango del objeto codiciado a simple elemento mágico, carente de toda fuerza espiritual.