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Manos libres

El resultado de las elecciones del pasado 9 de marzo situó a Rodríguez Zapatero y a su partido ante la disyuntiva de fijar desde un principio las alianzas precisas para asegurarse la mayoría parlamentaria o sortear la legislatura mediante acuerdos puntuales que garanticen la iniciativa socialista. Días antes de la sesión de investidura, han sido los portavoces del PSOE y el propio presidente en funciones quienes se han mostrado dispuestos o proclives a salvar dicho trámite sólo con los votos propios, evitando dar inicio a la nueva etapa con apoyos que comprometan los primeros pasos del Gobierno. Es más que probable que los cambios de actitud política apuntados por Mariano Rajoy a través de la renovación del equipo que dirigirá el Grupo Popular hayan contribuido a la decisión socialista. La necesidad de una mayoría estable hubiese resultado más imperiosa frente a una oposición implacable que frente a quienes pueden mostrarse dispuestos a pactos tanto en los temas de Estado como en aspectos concretos de la producción legislativa. Además, la prioridad de hacer frente a las dificultades económicas aconsejaría una acción de gobierno abierta a acuerdos con la oposición. Pero la «autonomía» que reclaman los socialistas, asumiendo la investidura de Rodríguez Zapatero en segunda vuelta, se convertiría en factor de confrontación y, a la postre, acabaría hipotecando al Gobierno que la pretende si trata de transitar por la legislatura huyendo de todo compromiso con los demás.

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El PSOE ha optado por evitar la negociación de la investidura con las formaciones nacionalistas sencillamente porque ni CiU podría arrimarse tan pronto al Gobierno sin suscitar una situación paradójica en Cataluña también para el PSC, ni el PNV parece en condiciones de reorientar su política optando por un acuerdo de largo alcance con los socialistas y renunciando explícitamente al soberanismo. La actitud del nacionalismo vasco negándose a secundar la moción de censura contra la alcaldesa de ANV en Mondragón, corregida de manera tardía y ambigua, ha acabado disuadiendo al PSOE. Pero tal situación no es necesariamente pasajera. En el fondo refleja la dificultad que supone para el socialismo español el encuentro con formaciones que aspiren a desbordar los cauces constitucionales y que, además, pretendan a corto plazo la complicidad del partido en el gobierno para que les facilite la tarea. Unos límites que difícilmente se verán superados por el mero transcurso del tiempo. También por esto último haría mal Rodríguez Zapatero si, obviando tal evidencia o confiando en sortear las dificultades parlamentarias según vayan llegando, minusvalorara la oportunidad que tiene de ser él quien procure la coincidencia con el primer partido de la oposición en cuantas cuestiones la aconsejen.