TRIBUNA

Ante la crisis lo primero, las personas

Desde el pasado mes de agosto de 2007, crisis de las hipotecas subprime, el temor a que la crisis hipotecaria se trasladase a una crisis de liquidez del sistema financiero en su conjunto se confirmó. Que esta fuese más que una crisis de liquidez, una crisis de solvencia del sistema financiero mundial, se ha confirmado sin conocerse aún el alcance total de ésta. Que se ha trasladado a la economía productiva es incuestionable. Que estamos al comienzo de una grave recesión en la mayor economía del sistema mundo, que con mayor o menor medida afectará a la economía mundial también. Que es imprescindible una nueva regulación mundial de las Instituciones Financieras Mundiales que reflejen la nueva correlación de fuerzas, la pérdida de poder de EE UU y el ascenso de las nuevas potencias emergentes en la economía internacional, es incuestionable. Que no es sólo una cuestión de «economía», de restituir la confianza mutua en las instituciones caducas, sino de cambio de cultura y recuperación de la ética en la economía, una cuestión de guerra y paz, cada vez estará más claro.

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Se habla de la imperiosa necesidad de «recuperar la confianza» para retornar al funcionamiento «normalizado» del sistema. Para ello es necesario que se conozca el alcance real de los afectados por la crisis hipotecaria. Se decía que cuando se presentaran las cuentas a principios de año quedaría restablecida. No ha sido así, porque, como se dice en Andalucía, «entre calé y calé no cabe la buenaventura». Todas las entidades tienen invertido en paquetes de inversión contaminados por las subprime y cuentas opacas en centros financieros offshore a través de las que realizan la ingeniería financiera necesaria que les permite a los gestores dar la información que les interese a los estados-nación y a sus accionistas, y a las que se han podido trasladar las pérdidas en esta coyuntura. Entre ellos nadie se cree la veracidad de las cuentas anuales oficiales presentadas. Entre profesionales del engaño y la estafa nadie cree a nadie.

Para enfrentarnos a la actual crisis es necesario un nuevo cuerpo doctrinal que se está construyendo. El primer gran paso se dio en 1993 cuando a instancias de la ONU Amartya Sen elaboró el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que ha dado lugar a la exigencia del retorno de la ética a la ciencia económica. En su último trabajo publicado Temas claves del siglo XXI, nos ilustra sobre como el mayor bienestar social no está vinculado con el mayor o menor crecimiento del PIB.

El desarrollo económico no puede estar basado en el crecimiento sin límite. Estamos en la era digital, sin embargo, nuestra teoría económica sigue siendo la de la era industrial. En este tiempo que nace el valor fundamental es el capital humano. Tenemos que cambiar las prioridades y desarrollar la necesaria nueva teoría económica acorde con la nueva prioridad. Keynes nos planteó que tanto el interés positivo como el negativo representan un precio por el uso de dinero. La diferencia es que en el primer caso acrecienta el dinero de quienes ya lo poseen, mientras en el segundo se les cobra a los poseedores por su uso, por lo que se desincentiva la acumulación. La seguridad, en un sistema basado en intereses positivos, se fundamenta en la tenencia de dinero. En cambio, en un sistema de intereses negativos, la seguridad consiste en llegar a ser parte de una red de relaciones sociales. El acento se pone en las relaciones humanas y no en la posesión de cosas. Fomenta la solidaridad, la reciprocidad, el incremento del bienestar y el capital social. Un generalizado interés negativo tiende a fomentar el consumo duradero. En términos monetarios, la economía tiende a decrecer, aunque en términos de bienes duraderos trae mayor bienestar. El resultado sería un crecimiento negativo en términos monetarios, con un bienestar mayor.

El vigente orden económico, coherente con la prioridad para el capital, hace fluir los capitales hacia el beneficio y la especulación financiera. El orden económico coherente con la sociedad del conocimiento y la priorización del ser humano tendrá que cambiar el cauce y lo hará fluir hacia bienes duraderos y la satisfacción de necesidades sociales.

Tiempos de niebla y miedo, expresión utilizada por el presidente de la Confederación Española de Cajas de Ahorros, son los que se avecinan. Hace treinta y siete años, en la crisis de 1971, la disyuntiva era crecimiento o bienestar social. La humanidad se dejó arrastrar por el crecimiento. Hoy las alternativas son crecimiento o supervivencia de la humanidad. Será necesario visualizar la gestión inteligente de la crisis con el desarrollo de la Teoría Económica Alternativa que priorice la actividad productiva sobre la pura especulación.

La humanidad ha de volver a reencontrarse a sí misma y decidir qué quiere ser. Revisar sus creencias, no dejarse llevar por la pura inercia, e iluminarse con los sueños imposibles, con las utopías necesarias. Superar los miedos que nos paralizan y lograr los imposibles simplemente porque nos ponemos a ello. Buscar otros caminos basándose en la formación, la inteligencia, la imaginación, la osadía, la diversidad, la tolerancia, el respeto, la cooperación, la solidaridad y la capacidad de entrega incondicional, construyendo la nueva sociedad. La nueva generación, los jóvenes, tienen este reto ante sí. Es su responsabilidad histórica. Es la generación de la era digital, los únicos que pueden desarrollar coherente y plenamente el nuevo paradigma de la nueva era.

La inseguridad internacional con la crisis del sistema financiero internacional crecerá hasta generalizarse, y el rechazo a la teoría económica neoliberal será cada vez más abierto y universal. Frente a la crisis no es posible remendar el sistema, hay que gestionar el cambio hacia otra economía en beneficio de la mayoría de la humanidad y de la propia naturaleza. Para que nazca lo nuevo ha de morir primero lo viejo. El primer paso a dar es abrir debates públicos y desarrollar la teoría económica de la nueva era, sobre todo en las universidades. El presidente Zapatero tiene la oportunidad de desarrollar una política económica que fortalezca la actividad productiva y el bienestar social, controlando y eliminando en lo posible la especulación del capital financiero, y la responsabilidad histórica de promover el liderazgo internacional en esta dirección.