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PP-PSOE: otros tiempos

La constitución ayer del nuevo Congreso de los Diputados, que la semana que viene escenificará la sesión de investidura, ha insinuado claramente la apertura de una nueva etapa política muy diferente del exasperante cuatrienio que acabamos de vivir. De momento, lo novedoso son los nombres y la significación de los nuevos protagonistas -el presidente de la Cámara y los portavoces de PSOE y PP-, por lo que será preciso aguardar a que se expliciten propuestas y proyectos para emitir juicios rotundos y previsiones más fundadas, pero los cambios personales ya suscitados anuncian inequívocamente novedades que es necesario reseñar.

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El nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz del PP en la Cámara Baja está cargado de incógnitas por el escaso recorrido del personaje hasta ahora, pero significa a todas luces que Rajoy ha impuesto su autonomía sobre las presiones internas y sobre todo externas que han zarandeado al PP en la pasada legislatura. Durante el cuatrienio anterior, en efecto, el líder del PP se dejó arrastrar por quienes mantenían irreductiblemente la tesis de que el Gobierno surgido de las urnas el 14-M era meramente accidental si no ilegítimo, por lo que el simple paso del tiempo restituiría la normalidad mediante una victoria clamorosa del PP en 2008. La delirante «teoría de la conspiración», que duró tres años, y la inicua campaña contra el llamado proceso de paz fueron las bases sobre las que se erigió aquella pretendida provisionalidad que, a la postre, llevó directamente al fracaso al principal partido de la oposición.

Sáenz de Santamaría es la persona encargada de rectificar aquellas sinrazones antiguas y de acometer una labor de oposición razonable, dura pero leal, implacable pero con opciones alternativas. Enfrente tendrá a un político de altura, José Antonio Alonso, también dispuesto a eliminar las estridencias y los insultos de la dialéctica parlamentaria y a cerrar el círculo de un parlamentarismo riguroso y solvente. Por fortuna, la irritación que ha provocado el nombramiento de Soraya en el antiguo entorno mediático del PP que tanto influyó en la pasada legislatura parece avalar con contundencia el buen sentido del golpe de timón de Rajoy, que ha venido asimismo facilitado por la entronización de José Bono en la presidencia de las Cortes. Este personaje, con todos sus defectos, tiene una idea clara y jacobina del Estado que a buen seguro conectará con el PP para conseguir ciertos consensos que son necesarios precisamente ahora.

No sólo la economía es cíclica, como infortunadamente tenemos ocasión de comprobar después de una fase de más de doce años de crecimiento ininterrumpido, también la política registra sus vaivenes, en este caso favorables porque en el medio y largo plazo desembocan en nuevos y más avanzados equilibrios. En este sentido, la legislatura anterior fue de singulares avances sociales y territoriales adoptados sin consenso por una fuerza reformadora que llegaba al poder después de ocho años de fecunda prosperidad aunque de parálisis normativa. Y la legislatura que comienza ha de ser de digestión de lo reformado, de consumación de ciertos cambios incompletos y de recuperación de los consensos precisos para que el progreso político se perpetúe y adquiera consistencia y estabilidad. Así, este próximo cuatrienio habría de ser el de la consolidación de algunas reformas sociales incompletas, el de la adopción de determinadas medidas de regeneración democrática y el de la reforma constitucional, imposible de plantear en la legislatura anterior. Asimismo, y dando por supuesto que la unidad antiterrorista ya se ha recuperado cuando menos tácitamente, habría que buscar lugares comunes en materia de política exterior. Todos estos designios aparecen felizmente posibles de la mano de los nuevos rostros. Tiempo habrá de examinar si esta mudanza da o quita oportunidades de futuro a quienes aspiren al poder dentro de cuatro años.