CRÍTICA DE TV

Física

Un abrazo entre dos tarambainas puestos hasta arriba de coca, en la piscina del cole durante una fiesta-orgía escolar, ha puesto fin a la primera y esperemos que última entrega de Física o química, esa serie de Ida y Vuelta para Antena 3 que parece escrita por un profeta de la decadencia de Occidente, un profeta, eso sí, que toma parte en la destrucción. Uno, por cauta prudencia escéptica, tiende a no otorgar demasiada capacidad de influencia a los productos de la tele. Al fin y al cabo, las series duran lo que duran y la mayoría de ellas queda olvidada en muy pocos meses. Es posible que su paso efímero deje tras de sí algún nuevo martillazo en la descascarillada sensibilidad del público, pero, en todo caso, los daños nunca son irreparables.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sin embargo, uno habla con padres de familia o, sobre todo, con profesores y constata que los estragos ocasionados por la serie son superiores a la media. ¿Por qué? Quizá por lo que anuncia. No es verosímil que el adolescente medio español vaya a comportarse como un burdo pedazo de carne que galopa sobre sus genitales a la velocidad que le dictan sus hormonas, tal y como se ve en esta serie; no más, en fin, que lo que ya se ve por ahí. Pero esta se ha roto un tabú. Hasta ahora, aún se guardaba una cierta pose constructiva, se aparentaba un afán pedagógico (aunque fuera tramposo), todavía se aspiraba a dotar de un contenido vagamente moral al relato. Por el contrario, Física o química ha saltado esta barrera: el adolescente ya no es alguien que se está formando, sino un cuerpo vigoroso que fornica y se droga; el profesor ya no es alguien que enseña, sino un ser de humanidad incompleta que encuentra en el sexo un expediente fácil para sus innumerables complejos. Este acento omnipresente en la sexualidad es sin duda el rasgo mayor de la serie. Lo que molesta no es tanto el contenido sexual como el hecho de que los protagonistas sean menores de edad; y que el discurso que subyace a la crónica erótica sea de una planicie desoladora. Sin proponérselo -porque su intención era exactamente la contraria-, los guionistas nos han enseñado un mundo atroz del que hay que huir.