Mar Adentro | Las batallitas de Cristóbal Andrades
Ahora que la izquierda saca pecho por haberle ganado al Partido Popular en las últimas generales por cuatro votos y medio, habría que ponerse en el pellejo del gaditano Cristóbal Andrades, cuando él y unos cuantos guerrilleros españoles en la Resistencia Francesa lograron frenar a los nazis en Los Pirineos. Yo mismo llevo media vida contando batallitas de los grises y de los últimos suspiros de la censura franquista, sin haber logrado que el Tercer Reich se rindiera en el valle d'Ossau, como una revancha de aquella liga sangrienta que la democracia perdió en España entre 1936 y 1939. Allí estaba el tío, que ahora cuenta con 87 años y ha sido homenajeado en su pueblo troglodita de Setenil de las Bodegas: el jovencísimo pescadero socialista que había salvado del saqueo y la barbarie una talla de Jesucristo en la iglesia de su pueblo y que a su vez se salvó de la carretera de la muerte cuando la huida de los malagueños; el hijo de una madre torturada por negarse a revelar el paradero de su esposo, pero también el barbilampiño guardia de asalto que huyó de Barcelona en febrero de 1939.
Actualizado: GuardarAquí, sus paisanos más jóvenes roneamos del acto pro amnistía en el balcón de San Felipe, de los recitales de Chaminade y las primeras huelgas de la vid o de astilleros, pero allí estaba, en plena Segunda Guerra Mundial, un puñado de españoles sin derecho a salir en las películas de Hollywood pero combatiendo el fascismo con un par de narices. Ya venía entrenado, ya sabía lo que eran las masacres de civiles, el ordeno y mando, las Brigadas Internacionales obligadas a najarse de España por las potencias occidentales que no movieron un dedo por la causa de la libertad En fin, incluso pasó por los campos de refugiados donde la democrática Francia terminó hacinando a los refugiados de la Segunda República.
Al contrario que muchos otros gaditanos de su generación que se echaron al monte entre Medina y Ubrique, o proyectaron en balde un desembarco aliado en el Estrecho, Cristóbal Andrades ganó aquella partida contra el huevo de la serpiente. Desde el otro lado de Los Pirineos había comenzado ayudando a cruzar la frontera clandestinamente a los fugitivos del franquismo que usaban para escapar las rutas de los contrabandistas que llegaban hasta el Peñón. Y terminó empuñando las armas para vencer como un maquis al ejército más poderoso de su tiempo.
Mucho ha tardado en hacérsele justicia. En 1961, cuando intentó recuperar la nacionalidad española, las autoridades del franquismo le trataron en su propio pueblo como si fuera un desertor. Nunca es tarde si la dicha es buena y mejor es que se le haga justicia a morir ajusticiado como muchos de sus camaradas, dentro y fuera de España, en aquellos terribles días de sangre, sudor y lágrimas.
Buena parte de la derecha, todavía ahora, discutirá si es conveniente o no rescatar esta memoria de rostro humano que incluye el de Cristóbal Andrades. Quizá no se dé cuenta -o tal vez sí- de que la democracia no sólo fue un invento de la UCD, sino de los partidarios de la libertad que aguardaban, con Cristóbal Andrades al otro lado de los Pirineos, a que más temprano que tarde, el mayor conflicto que pudiéramos afortunadamente librar en este país fuera el de ganar o no unas elecciones generales por cuatro votos y medio. Y que nuestra memoria no conservara el recuerdo de los bombardeos, del garrote vil o de las tapias tiroteadas de los cementerios, sino simples batallitas de censuras y grises. Ningún homenaje ni ninguna ley de la memoria histórica saldará la deuda que los partidarios del sufragio universal tenemos contraída con Cristóbal Andrades. Y otros como él cuyo nombre han borrado la amnesia colectiva y mucho más que cuarenta años de miedo.